Rolando
d’Alessandro
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¿LUCHAS O
PROTESTAS?
Rolando d’Alessandro
¿Luchas o protestas?
Barcelona 2019
I a edición
Maquetación:
Descontrol Disseny
Edición:
Descontrol Editorial
editorial@descontrol.cat
Impreso en:
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Distribuye:
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ISBN: 978-84-17190-71-2
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¿LUCHAS O
PROTESTAS?
Rolando d’Alessandro
DESCONTjf0;_
Prólogo
Estas reflexiones salen de un espacio que algunos neó¬
fitos de la vía electoral han definido de “irrelevancia
política”, es decir de la dimensión de las luchas de
base, de calle, de la efervescencia de los movimientos.
Es preocupante, fuera del lapidarismo pagado de sí
mismo de este tipo de afirmaciones, la idea que llevan
implícita, negadora de una evidencia llamativa: que
sin el poso de experiencias antagonistas y propositi¬
vas fabricadas por el cuerpo social, no se producirían
fenómenos como la irrupción de nuevas siglas en el
panorama electoral, el clima de agitación social o las
“concesiones” y “aperturas” de sectores del capital.
És una idea peligrosa la que en los movimientos po¬
pulares sólo ve esterilidad, insignificancia o, como
mucho, una función de estímulo para la “política de
verdad”, ya que difícilmente puede producir otra cosa
que simples reformas de un envejecido edificio estatal.
Idea errónea, que infravalora y menosprecia la ca¬
pacidad de amplios sectores del pueblo de este país
de innovar y asumir retos, perpetuando así la espera,
adormeciendo potenciales enormes de transforma¬
ción, en definitiva empujando un pueblo que sabe or¬
ganizarse a un resignado delegar.
5
6
La tarea de los movimientos sociales debería consistir
justamente en superar, en su interior y en el conjunto
del cuerpo social, esta resignación. Recuperando la
confianza en nuestra fuerza e inteligencia. Recono¬
ciendo como primer paso, por nuestra parte, limita¬
ciones y errores, identificando nuestros puntos débiles
y contradicciones.
De razones, argumentos y principios tenemos para
dar y -muy apropiado en un sistema de mercado- ven¬
der. Lo que nos falta es el puente, el camino, el canal,
el vehículo que nos permita pasar de la defensa teó¬
rica de nuestros planteamientos a su implementación
práctica. Que nos permita superar las barreras que el
sistema establecido levanta ante cualquier intento de
transformarlo, atacarlo, desestabilizarlo.
Es una limitación que se ha agravado últimamente ya
que la cuestión del poder -que de eso se trata- se ha
dejado simplemente de plantear. No se habla de con¬
trapoder, no se habla de negación del poder, no se ha¬
bla de superación o destrucción del poder. En nuestras
manifestaciones, en la calle o en los (pocos) ámbitos
de reflexión, el mecanismo, las dinámicas del poder,
siempre aparecen como trasfondo, una agitación con¬
fusa de sujetos desdibujados: ahora multinacionales,
ahora gobiernos, ahora organismos transnacionales.
7
Su articulación es profunda pero se nos escapa y en¬
tonces optamos por ignorarlos, haciendo como si no
existieran, creando así la falsa, muy falsa sensación
de que cambiar el mundo es una cuestión de volun¬
tad y que si nos ponemos entre muchos lo podremos
conseguir. No es así. En una lucha, una guerra (y es¬
tamos metidos en una guerra, con decenas de miles de
muertos y heridos y destrucciones irreparables cada
día en todo el planeta) no basta con cavar trincheras
y denunciar las fechorías del enemigo
Esta falta de concreción en los métodos de análisis y
actuación se traduce en una notable confusión a la
hora de formular o definir prácticas de lucha y opo¬
sición. Y en medio de la confusión surgen, se difun¬
den y se consolidan mistificaciones y simbolismos de
todo tipo: la radicalidad termina asociándose con la
pedrada o la molotov, el reformismo colaboracionis¬
ta con cualquier contacto con instituciones, o bien la
pedrada es vista como en esencia del mal y el contacto
institucional como única “vía política”. En fin, que
acaba triunfando la simplificación sectaria, capaz de
anular a la práctica la operatividad de un movimiento
enorme que se define como diverso y que hace de esta
diversidad su bandera.
Tal vez haya llegado el momento de trasladar el dis¬
curso sobre la diversidad en el terreno del enfrenta¬
miento con el sistema, enfrentamiento necesario si
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queremos cambiar realmente este mundo. Diversidad
de luchas, multiplicidad de objetivos, pluralidad de
formas para emprender el camino que lleva a la rotu¬
ra real del statu quo.
Malos tiempos para la...
Política entendida como participación activa y
consciente en la vida pública. Como acción individual y
colectiva dirigida a cambiar un estado de cosas injusto
e insostenible.
Vivimos ya desde hace unos años instalados en un
proceso de transformación que medios y poderes di¬
versos llaman crisis y que no es más que un cambio de
piel del ya viejo sistema capitalista.
Es un proceso que barre certezas y seguridades, de¬
jando en la cuneta de la precariedad (laboral, social,
existencial) segmentos cada vez más amplios de po¬
blación.
El pueblo, las clases trabajadoras, el proletariado... la
gente, vaya, se da cuenta enseguida de que detrás de
la nueva batería de eufemismos esparcidos por la ar¬
tillería ministerial-mediática (deuda soberana, ajustes
estructurales, reducción del gasto público, reforma
laboral, mejora de la competitividad), avanzan como
una división de pánzer unos desconocidos mercados
que se tragan, como en la popular novela Momo, to¬
dos aquellos derechos -más bien escuálidos en este
9
10
país- que configuraban el pomposamente llamado es¬
tado del bienestar.
Se da cuenta y reacciona, que por mucho que lo pien¬
sen los de arriba, la plebe tampoco es un rebaño tan
inculto y pasivo, y cuando se le toca la fibra, vía drás¬
tica reducción de su calidad - si no directamente espe¬
ranza de vida, se arremanga y actúa.
Y lo primero que hace, lógicamente, es reunirse en los
espacios comunes: plazas y calles, para medir y mos¬
trar su indignación y para encontrar colectivamente
las soluciones más eficaces.
Comienza así un nuevo ciclo de movilizaciones po¬
pulares de un alcance que no se daba desde hacía dé¬
cadas. El 15M, las huelgas generales, las luchas por
la vivienda y la PAH, el proceso independentista en
Cataluña, las mareas para la sanidad, la educación.
Por ciudades y barrios brotan movimientos contra la
pobreza energética y la pobreza a secas. Proliferan
plataformas en respuesta a la lluvia de agresiones po¬
liciales, patronales, patriarcales, ecologicidas. Salen
como setas asociaciones de afectados: por la banca,
las incineradoras, las eléctricas, las farmacéuticas.
En definitiva una respuesta masiva y magmática.
Pero... ¿también coherente e incisiva?
De la revolución a...
Hubo un tiempo, hace muchos, muchos años,
en los que se hablaba de revolución. Así, tal cual, sin
añadidos tales como “de la moda”, “deportiva”, “en el
mundo del automóvil”, “digital”. Por revolución se en¬
tendía un cambio radical del sistema que regulaba las
relaciones sociales. Cambio que según sus partidarios
(los revolucionarios) debía llevar a la humanidad a una
especie de edén de justicia social, de equilibrio con el
entorno, y de hermandad. Un cambio que borraría la
dominación de una clase sobre las otras, de un género
sobre otros, de unas naciones sobre las demás y de la
economía capitalista sobre todo.
Cabe decir que de revolucionarios había de muchas
clases y que no faltaban los que bregaban para impo¬
ner su punto de vista sobre el camino a seguir para
conseguir el codiciado mundo mejor también a golpes
de prisiones o de barras de hierro. De hecho se había
llegado a generalizar la idea de considerar la propia
organización como depositarla de la verdad única, en
abierta competencia o tácita colaboración con los ti¬
tulares históricos de las verdades absolutas, como las
religiones y sus representantes.
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12
El clima de disputa continua que resultó fue al mismo
tiempo uno de los síntomas y causa del colapso del
modelo partido-revolucionario, que quedó encajado
en reductos de militancia bastante limitados, dejando
paso a lo que se llamó “movimientos”. Desde el prin¬
cipio los hubo grandes (ecologismo, feminismo), me¬
dios (antimilitarismo, pacifismo, derechos humanos)
y pequeños (vecinales, etc.) que cohabitaban con los
más viejos: cooperativismo o sindicalismo.
Fuimos muchos los que respiramos aliviados por este
cambio de rumbo en la forma de hacer política. Sin
verticismos, sin instituciones que te representaban.
Triunfaban la diversidad y la complejidad de la vida.
Decíamos.
Pero, con el agua sucia (burocracias y visiones únicas
y uniformizadoras) también fueron a parar a las cloa¬
cas de la historia las visiones de conjunto, las cultu¬
ras políticas creadoras de estrategias de oposición al
capitalismo, los conocimientos acumulados durante
generaciones. Y también gran parte de los sueños y las
utopías que nutrían el imaginario de la activista o el
militante revolucionario.
Cada maestrillo con su librillo
Y poco a poco la diversidad de voces se mutó
en cacofonía. Las actuaciones corales dejaron lugar a
las improvisaciones de casi-solistas. La defensa frente
al poder se parceló. La solidaridad se convirtió en con¬
signa. Palabras como clase o proletariado, que poco o
mucho habían servido para construir una idea de sujeto
colectivo, se convertían en reliquias de lenguajes “vete-
ro-algo”, por lo que un “nosotros” pronunciado en las
asambleas de las plazas ya no evocaba sentimientos de
comunidad, sino que más bien suscitaba dudas y elucu¬
braciones.
En fin, al igual que matamos dios para convertirnos
en dioses, matamos las organizaciones amas de la ver¬
dad para convertirnos en dueños de la verdad. Que
empezamos a producir en abundancia.
Un energúmeno de la especie llamada “tertulianos”
afirmó un día que las protestas de los indignados no
eran propositivas, no aportaban soluciones. Si hubie¬
ra hecho falta, ésta habría sido la prueba definitiva de
la absoluta imbecilidad del sujeto en cuestión, digno
representante de su categoría (no menciono el nom¬
bre simplemente porque no lo recuerdo): nunca en
la vida había visto concentradas en tan poco espacio
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14
y tiempo tantas propuestas, tantas prescripciones y
tantas soluciones como en las manifestaciones de in¬
dignados.
Había que lo hacían pasar todo por la apertura de
las fronteras, otros por la independencia de Cataluña,
otros aún por la superación de cualquier distinción de
género, algunos por la nacionalización de la banca.
Estaban los pacifistas, los decrecentistas, los partida¬
rios de la lactancia materna, los antirepresivos, los
animalistas, los budistas y un etcétera que desglosa¬
do implicaría un derroche injustificado de papel. Los
sectores políticos clásicos estaban desconcertados: los
libertarios se lo miraban por encima del hombro, los
comunistas con desconfianza, los trotskistas iban de
culo haciendo entrismo 1 a diestro y siniestro y sin dar
al alcance, los autónomos negrianos 2 iban encajando
con calzador todas las manifestaciones del movimien¬
to dentro de sus hilarantes parámetros interpretati¬
vos 3 .
1. - Actividad que les encanta: consiste en entrar en cualquier movida
para poder ejercer su benéfica influencia revolucionaria. Para algunos
es parasitismo, para ellos es simbiosis.
2. - Pequeña secta de intelectuales que hacia referencia a Toni Negri de
antes que comience a desvariar.
3. - Especialmente divertida va ser la lectura del desalojo de la Puerta del
Sol (barrida por un dispositivo muy nutrido de anti-disturbios) como
movimiento astuto de guerrilla de masa.
En fin, un guirigay , no nos engañemos. Pero con unos
elementos ciertamente innovadores y de un gran po¬
tencial, como la reivindicación de formas directas de
democracia que, sumada a la identificación sin mati¬
ces del capitalismo como causa del problema, abría
paso a una serie de confluencias a veces inéditas.
15
A RIO REVUELTO GANANCIA DE PESCADORES
Hijos de su época, es decir del mensaje que debe
condensarse en 140 caracteres, como en el twitter, los
indignados cayeron en la trampa de la simplificación.
Y a mucha gente le pareció una excelente idea terminar
con la inflación competitiva de sujetos revoluciona¬
rios que había inquietado las izquierdas transforma¬
doras de las últimas décadas (que si los inmigrantes,
que si las mujeres, que si las mujeres inmigrantes, que
si el general intellect, que si la clase obrera china, que
si los niños de las barriadas, que si el campesinado)
con un lapidario “somos el 99%”.
99% es mucho más de lo que pueda haber represen¬
tado en ningún momento o periodo revolucionario el
pueblo, o el proletariado, o la clase obrera. Y te per¬
mite resolver de una vez por todas varios problemas
que los movimientos revolucionarios siempre han
considerado de importancia capital: la identificación
y neutralización de los enemigos, la definición de polí¬
ticas de alianzas, el análisis de la composición de clase
de una sociedad y su colocación en el contexto inter¬
nacional, el estudio de las estructuras institucionales
y culturales creadoras de hegemonía, etcétera.
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18
Basta de complicaciones! Si somos el 99%, los otros
son el 1%, o sea una mierda pinchada en un palo, por
mucha riqueza que controlen. Prácticamente bastaría
un soplo colectivo para hacerlos volar por los aires...
Bastaría con encontrar las palabras mágicas, estilo
“magia potagia”. Como \“casta”\ Como ¡“corrup¬
ción”! Como ¡“La banca (o España) nos roba”! que
repetidas convenientemente como mantras debilitan
al enemigo y nos refuerzan, nosotros, que ya somos
híper fuertes ¡porque somos el 99%!
Quedaba, claro, el detalle del “cómo”. Y aquí la cosa
se empezó a torcer. Nos manifestamos: no nos hacen
ni caso; re-manifestamos: nos multan; ocupamos las
plazas: nos echan a cachetes; rodeamos los parlamen¬
tos: nos hinchan a hostias y nos acusan de terrorismo;
hacemos escraches: nos acusan de terrorismo; ocupa¬
mos tierras y viviendas: no nos acusan de terrorismo
sino de okupas que ya es bastante feo; hacemos ex¬
propiaciones de productos de primera necesidad en
supermercados que especulan con el trabajo de sus
asalariados y el hambre de la gente: venga más acusa¬
ciones de terrorismo.
Y llega el momento en que tantos piños, multas, de¬
tenciones y denuncias hacen que te canses y decidas
que más vale cambiar de ruta y encontrar maneras
más efectivas y menos dolorosas y costosas para ha¬
cer escuchar tus quejas y demandas.
19
Y así pasamos del grito “nadie nos representa” a una
avalancha sin precedentes de candidaturas cívicas,
partidos, líderes, organizaciones, plataformas y alian¬
zas que, mediante las urnas, se postulan para repre¬
sentar la ciudadanía y en particular aquella que no
quería que nadie la representara. En otras palabras:
gran parte de los movimientos descubre la existencia
de
Las elecciones
¡Qué invento la democracia! Te manifiestas, te
movilizas, haces un poco de bullicio y ya puedes pasar
a la mesa... electoral. Y con la papeleta/varita mágica te
preparas a hacer prodigios, como hacer nacer un esta¬
do catalán separado del español, hacer desaparecer los
políticos inútiles y ladrones, obligar a pagar impuestos
a los ricos, dar trabajo y un sueldo digno -no necesaria¬
mente al mismo tiempo ni en este orden- a los pobres,
tocar los cataplines a las multinacionales, eliminar la
corrupción, hacer que las televisiones, las radios y los
periódicos digan la verdad, que los policías se vuelvan
amables y te ayuden a cambiar las ruedas pinchadas de
coches y bicicletas. Y finalmente, tú, ciudadano, dueño
de las instituciones (a través, eso sí, de representantes,
pero que son como tú, aunque más jóvenes, listos, pre¬
parados e inteligentes) harás triunfar los valores de pro¬
greso y equidad social.
Confianza mesiánica en las urnas y la arquitectura
institucional, vista, aunque sea de forma implícita,
como una especie de herramienta neutra, un edificio
sin muebles, que puede hacer una u otra función de¬
pendiendo del usuario o inquilino.
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22
Y no: en un sistema como el capitalista (o cualquier
otro, de hecho) toda institución destinada a estructu¬
rar, organizar el conjunto de la sociedad, está adap¬
tada y es funcional al mantenimiento y reproducción
del sistema mismo. La formulación de Lamarck, pa¬
dre de la teoría de la evolución, “La necesidad crea el
órgano” es perfectamente aplicable al campo de las
mal llamadas ciencias sociales...
Reformismo y regeneracionismo
Admito que desde pequeño me gustaba más des¬
montar los juguetes que arreglarlos, sin embargo, dejan¬
do de lado esta inclinación natural mía, considero que
sólo partidarios acríticos del capitalismo puedan pen¬
sarlo como un sistema regenerable, ya que se trata de un
invento que en un plis pías (un par de siglos escasos) nos
ha permitido, es cierto, visitar la Luna y disfrutar de los
smartphones, pero también ha llevado la tierra entera al
punto de colapso.
Parece una obviedad, pero hay gente que no duda en
afirmar que gracias a los avances tecnológicos la gen¬
te vive más y mejor y que los niños no pasan hambre.
Olvidando que el papel de masas hambrientas, enfer¬
mas, torturadas, oprimidas y asesinadas lo continúan
representando, y a una escala nunca vista, las dos ter¬
ceras partes de la humanidad.
Entre las décadas de los 70 y los 80 las izquierdas
entraron, directa o indirectamente, en los gobiernos
de muchos países europeos. Lo hicieron al terminarse
un ciclo de fuertes tensiones sociales y políticas. Y se
encargaron de liquidar los focos de resistencia que
quedaban, al tiempo que garantizaban que el capital
acabara con calma y serenidad una de sus transfor-
23
24
maciones: el paso del modelo de producción fordista
al post fordista 4 .
Entonces los Estados tenían todavía un discreto mar¬
gen decisorio en el campo de la economía, ya que ejer¬
cían un control directo sobre sus sectores estratégicos:
la energía, el transporte, las comunicaciones y buena
parte de la industria pesada, además de la potestad de
fabricar moneda y regular los flujos financieros.
Nada que ver con la actualidad, donde la alternativa
que se le presenta a cualquier gobierno de cualquier
estado de nuestra pequeña y arrogante Europa queda
entre mendigar préstamos a unos usureros, que aca¬
ban controlando incluso el consumo de papel higiéni¬
co en las escuelas, o cobrarle impuestos a unas clases
que siempre han considerado insana esta costumbre y
que tienen una gran facilidad migratoria.
4.- Fordismo es el modelo productivo introducido por Henry Ford
a principios del siglo XX, creador del consumo de masa. Se estable¬
ce como modelo hegemonico de organización del trabajo, influyendo
en las formas de socialización y de sistema político. En las relaciones
sociales cobra protagonismo el dinero, la jeraquización del trabajo, la
industrialización y una burocracia especializada. El Postfordismo ve en
cambio el ascenso de las pimes, la flexibilización de la producción y de
las empresas descentralizadas, en red, que subcontratan fases produc¬
tivas y que necesitan una nueva tipologia de trabajador, polivalente y
multifuncional, precario y mal pagado. [Wikipedia]
25
En este país las izquierdas entrecomilladas, una vez
al gobierno vía Felipe González y amigos, inmedia¬
tamente pusieron manos a la obra de reforma de un
aparato estatal algo anquilosado por 40 años de fran¬
quismo. Y una de sus primeras medidas fue la de las
privatizaciones. Sí, ya me dirán que la mayoría se hizo
más tarde con los gobiernos de derechas... pero que
encontraron el camino libre gracias a la actuación
desacomplejada de sus predecesores, creadores de un
marco legal adecuado y que también se habían encar¬
gado de convencer a la opinión pública de la necesi¬
dad de venderlo todo.
En países más civilizados como Uruguay, en ese mis¬
mo período, se puso a referéndum el tema de la cesión
a manos privadas de empresas, servicios y recursos
que eran de titularidad pública. Y la gente dijo que
no, que ni de broma pensaba renunciar por cuatro
duros al patrimonio acumulado por generaciones de
trabajadores del país.
En España la nueva clase de jóvenes políticos socia¬
listas optó por enviar la guardia civil a explicar las
urgencias de la reconversión industrial a los obreros
de las plantas siderúrgicas, a los mineros y en general
a quien se oponía a los aires de cambio que soplaban
con fuerza en todo el continente. Y a golpes de de¬
cretos y de porras y de un bombardeo mediático sin
26
precedente comenzaron la venta del país a un grupo
de nuevos amigos.
En su estrategia liquidadora jugaron un papel impor¬
tante las huestes periodísticas. ¿Quién no recuerda las
argumentaciones, reiteradas hasta la saturación, so¬
bre las ineficiencias del sector público? Los trenes no
llegaban a la hora, el teléfono era demasiado caro, el
suministro de luz y de agua caía a menudo, las carre¬
teras no estaban bien asfaltadas, las empresas estata¬
les no eran competitivas. En fin, un desmadre que sólo
podía arreglarse traspasando todo al sector privado.
Porque, ya se sabe, los empresarios son mucho más
listos que los funcionarios y el mercado se rige por
lógica y racionalidad y no por las misteriosas inercias
que anidan en todo aparato burocrático.
El ciudadano -por si fuera poco- dejaría de ser aquel
pobre individuo, destinatario de un eterno “vuelva
usted mañana” en la presentación de cualquier queja,
y se convertiría a todos los efectos en un “cliente”
que, como también es bien sabido, siempre tiene la
razón. ETn “cliente” que podría escoger entre multitud
de suministradores que se harían competencia para
ofrecerle productos/servicios cada vez más económi¬
cos y de mayor calidad. Y, como guinda en el pastel,
toda la operación también dejaría un buen pellizco de
dinero líquido a las arcas del estado, que se lo podría
27
gastar en sus cosas, como comprar aviones militares
o hacer aeropuertos.
No recuerdo, fuera de algunas revistas alternativas y
algún columnista algo díscolo, ningún periódico, pro¬
grama televisivo, informativo radiofónico que habla¬
ra de escándalo, robo, que alertara sobre lo que ya
estaba pasando en países que habían avanzado por
este camino.
Muy al contrario, desde periódicos, revistas, radios y
televisiones una legión compacta de periodistas, in¬
formadores, opinionistas y tertulianos esparció como
en un bombardeo por saturación el temario privati-
zador hasta los últimos rincones de nuestra sociedad.
Toda aquella gente, durante la revolución cultural en
China, habría acabado en campos de reeducación o
en medio de la plaza de cada pueblo con un sombrero
con orejas de burro y un cartel colgándole del cuello
con escrito “mentiroso a sueldo”, “voz de mi amo”, y
leyendo en voz alta listas interminables de datos de¬
mostrativos de la falacia y falsedad de sus previsiones
y análisis. Aquí en cambio, después de disfrutar todos
estos años de vidas acomodadas y carreras de presti¬
gio inversamente proporcional a sus valías personales
y profesionales, muchos de estos individuos siguen
impertérritos promoviendo la liquidación de los últi¬
mos muebles y joyas de familia: la lotería, AENA, los
28
faros... lo que quede, a precio de saldo y ahora con el
argumento añadido de la falta de cash, tan necesario
en época de crisis y para pagar la “deuda”.
Y por mucho que pueda parecer inaudito... “cola”.
Ya llevamos décadas sufriendo las consecuencias de
aquellas primeras y decisivas operaciones de traspaso
de bienes públicos a los mercados, las telefónicas en¬
cabezan el ranking de denuncias y quejas por servicios
carísimos y maltrato continuado al pobre usuario,
perseguido con mensajes de texto y de voz a cualquier
hora del día y de la noche, cada vez más familias se
lo piensan tres veces antes de encender la luz, abrir el
grifo, cocinar con gas en el vano intento de evitar que
les caigan facturotas cargadas de conceptos estrafala¬
rios. Los trenes siguen llegando tarde, sobre todo los
más utilizados, los de cercanías; pero para compensar
las reducciones de plantillas ahora van patrullados,
como las estaciones, por multitud de guardias jurados
con caras de pocos amigos. En cada temporal pobla¬
ciones enteras se quedan sin electricidad. Las petrole¬
ras se ponen de acuerdo para hacernos pagar el máxi¬
mo por cada gota de gasolina o suspiro de gas. Y no
hablemos del sistema bancario, que ya nos estafa en
estéreo: directamente como clientes e indirectamente
como contribuyentes que deben aflojar el dinero de
reiterados “rescates”. Las empresas industriales tras¬
pasadas al capital privado, una vez saneadas con fon¬
dos públicos, hace tiempo que han cerrado o han sido
29
deslocalizadas, también en estéreo: la producción a
algún país con mano de obra semi esclava y el dinero
hacia algún paraíso fiscal.
Un observador alienígena seguro buscaría en las he¬
merotecas declaraciones, justificaciones, excusas. Al¬
guna entrevista donde el ex presidente Felipe González
diera explicaciones sobre los efectos de su estrategia
privatizadora. Se quedaría con un palmo de narices.
Aquí nadie se responsabiliza de nada...
Cabe decir que para la gente de movimiento en gene¬
ral, socialdemocracia, ya a principios de los años 80,
era un insulto que no necesitaba mucha explicación,
actor político adecuado para servir a los intereses de
patronales y multinacionales. Pero prensa y partidos
nos tildaban de radicales, de gente que afirmaba cosas
sin tener ninguna prueba 5 .
Hoy, que de pruebas tenemos a montones, que en las
pruebas nos estamos ahogando, que mires hacia don¬
de mires no ves más que pruebas de sus traiciones e
incompetencias y engaños, sigue habiendo personajes
que, con total desprecio de las evidencias y absoluta
impunidad, afirman que las “reformas” son la única
manera de acercarnos a un cambio real de la sociedad,
5.- Era frecuente, por ejemplo, que “entendidos” y “expertos” de todo
tipo se rieran en la cara cuando hablabas de “agujero en la capa de
ozono .
30
pasito a pasito. En fin, que los socialdemócratas, en
lugar de entonar el mea culpa, cubrirse la cabeza con
cenizas y retirarse en alguna ermita en lo alto de una
montaña, sacan pecho y afirman tener la solución.
Y, junto a los irreductibles que se niegan a aceptar la
posibilidad de una previsible y deseable debacle elec¬
toral de su partido clásico, el PSOE, asistimos a la
trashumancia de una multitud de tránsfugas y epígo¬
nos de los compromisos históricos, de la transacción,
del eurocomunismo, cargando con sus bártulos hacia
las nuevas tierras prometidas de las candidaturas re-
generacionistas.
Es un fenómeno sociopolítico interesante, por dimen¬
siones y por las consecuencias que puede tener en este
tipo de segunda transición que estamos viviendo.
Se trata de gente que proviene de aparatos (de par¬
tidos o entornos clientelares) que no es que hayan
hecho cosas buenas y otras malas en las diversas ex¬
periencias de gobierno, sino que cuando han hecho
cosas “buenas” ha sido sólo para apaciguar o con¬
tener exigencias sociales, a menudo con el objetivo
estratégico de neutralizar cualquier forma de empo-
deramiento popular y aprovechar, en términos elec¬
torales y de auto perpetuación en puestos de poder,
patrimonios de luchas sociales.
31
Pienso, por ejemplo, en las políticas que llevaron a la
creación de los centros cívicos o de las radios muni¬
cipales en Cataluña, actuaciones “ilustradas” que en
realidad sustraían a sus protagonistas (vecindario que
ocupaba espacios y edificios contra la especulación
o colectivos de radios libres), los resultados de sus
luchas.
O bien en las cortinas de humo “progresista” que una
y otra vez los diversos gobiernos socialistas levanta¬
ban para ocultar sus prácticas de sumisión al capital:
por un lado matrimonio gay, aborto, cuatro peona¬
das en Andalucía, alguna mejora en la sanidad o, más
barato aún, declaraciones de principio sobre escuela
laica o memoria histórica.
Mientras con una mano esparcían perfumes de iz¬
quierda, con la otra iban colocando uno tras otro los
ladrillos del actual edificio neoliberal: reforma de la
constitución (aquella que prioriza el pago de la deu¬
da ‘soberana’ por encima de cualquier otro deber del
estado con el pueblo), privatizaciones, entrada en la
OTAN, ley Boyer y promoción de la burbuja inmobi¬
liaria, liquidación de infraestructuras públicas, des-
mantelamiento del sector siderúrgico, desregulación
del sector bancario, consolidación de la monarquía,
ley Corcuera (o “de la patada en la puerta”), creación
de los GAL y de la guerra sucia con atentados, secues-
32
tros, torturas y asesinatos, condecoración del general
Galindo.
Esta gente desacomplejada lleva con ella una “ exper-
tise” en marketing electoral que se puede sintetizar en
la consigna “vótame a mí porqué los demás son peo¬
res”. No parece gran cosa pero funciona de maravilla.
El trato tolerante que a esta casta de liquidadores de
la lucha de clase se le dispensa desde los protagonistas
de las nuevas apuestas electorales no es ningún detalle
menor y se enmarca en un proceso de involución que
ha llevado generaciones enteras de críticos de los ver-
ticalismos partidistas, y partidarios de la implicación
activa de la ciudadanía en la gestión de la res pública,
a transmutarse en direcciones de partidos jerárquicos
y defensores de una participación activa de la ciuda¬
danía sí, pero en el papel de daca, sobre todo en pe¬
ríodos pre-electorales.
Protagonistas
Esta transición desde el reformismo de los parti¬
dos tradicionales de izquierda, encargados de asegurar
el equilibrio político-institucional del sistema vía bipar-
tidismo o fórmulas varias de alternancia/cooperación
con las formaciones de la derecha, al actual populismo
regeneracionista, es la respuesta necesaria a la manifies¬
ta insuficiencia de las clásicas operaciones de maquillaje
a las que se suele someter periódicamente todo sistema
de dominación. A partir de cierta edad, cuando la decre¬
pitud avanza, se impone la cirugía: liftings, reconstruc¬
ciones, liposucciones, trasplantes para que, al menos por
unos añitos más, el conjunto vaya manteniendo cierta
apariencia y decoro.
Es un proceso que se está viviendo en varios países y
con características muy similares, a pesar de las lógi¬
cas diferencias debidas a las culturas y climatologías
locales.
Italia, cuna europea de imperialismos, catolicismo
y fascismos (y de sus correspondientes oposiciones)
abrió camino con el Movimento 5 Stelle de Beppe
Grillo.
33
34
Que tuvo gran éxito con la construcción de un discur¬
so capaz de conectar con la indignación y los miedos
de gran parte de la población, y en especial de las
clases medias empobrecidas o bajo la amenaza de pér¬
dida de privilegios o derechos.
El mecanismo es relativamente simple: se identifica
un enemigo con la “casta” y en menor medida con
la clase capitalista especulativa, nacional e interna¬
cional, se señala la corrupción y los “excesos” de los
sujetos mencionados como responsables del malestar
difundido, y finalmente se proponen como alternativa
y solución programas cargados de propuestas de sen¬
tido común o de moralización de la vida política que
alimentan estrategias electorales destinadas a modifi¬
car la composición del tablero institucional.
Finalmente la nueva clase de políticos honestos,
preparados y en general jóvenes, con el apoyo y la
participación de una ciudadanía contagiada por su
entusiasmo, saneará el sistema proporcionando una
redistribución más equitativa de la riqueza, una orga¬
nización más sensata de la economía.
...Y luego llegan la gestión de la miseria, las contra¬
dicciones y las operaciones de “balones fuera” con el
corolario inevitable de desencanto, desmovilización y
resignación.
35
En el país España adquiere, en este proceso, especial
relevancia un juvenilismo exacerbado, una de las mu¬
chas secuelas dejadas por la larga noche franquista,
con la desaparición física primero, y simbólica y psi¬
cológica después, de generaciones enteras de intelec¬
tuales progresistas, cuadros y militantes de izquierda,
activistas de la cultura y el arte o de organizaciones
sociales. La guerra civil y el franquismo llevaron a
cabo durante 40 años un auténtico genocidio político
y cultural, rompiendo los hilos de continuidad de me¬
morias, el traspaso de experiencias y conocimientos.
Una rotura consolidada con los más de 30 años de
transición, que hace que cada nueva generación en
lucha tenga la sensación de tener que recomenzar de
cero.
Este fenómeno se ha injertado con la afirmación del
imperio de la imagen, elemento vertebrador de la so¬
ciedad de consumo, individualista, competitiva, don¬
de “perdedor” es un insulto y “ambición” es una cua¬
lidad. Y también ha ido acompañado por la difusión
de las nuevas tecnologías y la consiguiente necesidad
de contar con las habilidades necesarias para su uso,
con la apertura de múltiples grietas generacionales.
El resultado de todo ello es que las luchas de los pa¬
dres y de los abuelos son vistas como temas para tesis
y tesinas, argumentos para congresos, materiales para
exposiciones. Que en los movimientos la gente de más
36
de 50/60 años se organice aparte (los yayo flautas).
Que un cuarentón que aspira a ser diputado escriba
en las redes sociales que hay que tener muy en cuenta
la gente de más de 60 años porque... hay mucha y
vota. Y muchos más ejemplos en un crescendo deso¬
lador.
Liderazgos
Si en definitiva la idea es aprovechar una corrien¬
te de opinión para entrar en las instituciones y cambiar
las cosas desde allí, se necesita, como todo el mundo y
como siempre, una organización y una estrategia.
Y aquí la nueva política comienza a acercarse peligro¬
samente a la vieja. Las inercias y los mismos reque¬
rimientos del juego institucional/electoral obligan a
una rebaja de las propuestas iniciales de democracia
directa y de implicación activa de los tejidos movi-
mentista. Los tiempos y los ritmos de las burocracias,
los pactos, del espectáculo mediático, relegan a un se¬
gundo plano las prácticas asamblearias e imponen el
principio de delegación como más operativo.
Vuelve a aparecer la práctica del centralismo demo¬
crático, aunque las cúpulas ahora no se apoyen so¬
bre un aparato piramidal bien atado e interconectado
(el partido) sino en estructuras más difuminadas (los
“ Gruppi di amici di Beppe Grillo ” o los “ círculos ” de
Podemos) y sobre todo en mecanismos de legitima¬
ción directa por parte de bases individualizadas (con
las votaciones online, las asambleas multitudinarias
de barrio).
37
38
En esta nueva hornada de electoralistas vuelve a tener
una relevancia fundamental la figura de los líderes.
Otro punto de conexión, por cierto, con la “vieja po¬
lítica”.
Recuerdo que, hace años, se celebró un congreso del
PSOE donde el informe del secretario general recogió
el 98% de los votos de los asistentes. El cronista no
decía nada del 2% restante: debían ser los ausentes
por imperativo fisiológico. Los días siguientes los pe¬
riódicos y las tertulias iban llenos de alabanzas a la
unidad del partido, al liderazgo carismático de su di¬
rección.
No me extrañó, en ese caso, tanta valoración positiva:
al fin y al cabo el PSOE era y es un híbrido entre parti-
do/lobby americano y soviet supremo. Que promovie¬
ra el culto a la personalidad como la Pravda de la era
estalinista, como el No-Do franquista, como el cine
nazi o la radio fascista entraba dentro de la lógica de
las cosas del poder.
Fuera de este ámbito las palabras líder, carisma y de¬
rivados me provocan alergia y, de hecho, más de una
vez a lo largo de mi trayectoria militante las he utili¬
zado como casi-insulto en debates acalorados.
Hasta que, hace poco, una compañera de una de
aquellas instituciones que se dedican a estudiarnos
39
(los movimientos sociales) como si fuéramos una in¬
trigante y poco conocida especie, salió en una reunión
con la expresión “líderes naturales”, refiriéndose al
puñado de personajes que tenían, a su entender, un
papel clave en las movilizaciones barcelonesas.
‘Sí que estamos mal’, pensé, ‘si la gente que se dedi¬
ca a estudiarnos y en etiquetarnos encuentra que nos
calzan definiciones que siempre había asociado a las
figuras del Duce o del Caudillo’.
Y como la cosa me preocupó seguí pensando, a pesar
de saber que se trata de una actividad que a los cinco
minutos suele provocarme migraña. Y las conclusio¬
nes no me gustaron.
Porque me di cuenta a qué se refería, la mujer, que
bajo la etiqueta amontonaba gente inteligente, ge¬
nerosa, esforzada, valiente junto a unos cuantos im¬
presentables de egos hipertrofiados y cultivadores de
amistades interesadas y pequeñas parcelas de poder.
Me di cuenta que lo que yo había interpretado como
funcionamiento asambleario, es decir aquel donde se
decide y actúa entre iguales, para otros ocultaba di¬
námicas de control y dirección de unos cuantos sobre
el resto.
Para alguien como yo, que se formó políticamente en¬
tre direcciones, comités centrales y centralismos de-
40
mocráticos, no debía ser un descubrimiento muy ate¬
rrador, pero tengo que admitir que me afectó. Vaya,
ahora resultaba que había unos cuantos dirigentes
que decidían tácticas y estrategias y sin asumir res¬
ponsabilidad, porque formalmente los acuerdos siem¬
pre eran tomados por ¡consenso y colectivamente!
Ninguno de ellos, es cierto, aspiraba a hacerse rico
explotando niños de países exóticos, pero sí que los
había que sentían la fascinación erótica del papel de
mandón, que se esforzaban por ser representantes o
figuras destacadas. Y que de la frecuentación de las di¬
mensiones de lucha hacían trampolines para carreras
personales a nivel profesional, académico y político.
Hoy esta realidad, que se guardaba entre los no-di-
chos de un activismo que se enfrentaba a problemas y
retos de otra gravedad, nos ha estallado en la cara con
el espectáculo -nunca mejor dicho- de construcción
mediática de personajes que reciben un apoyo popu¬
lar digno de competiciones deportivas, presentados
como salvadores de la patria, soportados por estruc¬
turas organizativas donde el control ya no correspon¬
de a un cuerpo de funcionarios fidelizados, como en
los sindicatos o los viejos partidos, sino a una masa
de individuos atraídos por un relato vehiculado por la
pequeña pantalla o las redes sociales.
41
Vuelven liturgias que creía enterradas en las alcan¬
tarillas de nuestra historia, con multitudes que acla¬
man el jefe en medio de escenarios prefabricados, y
las referencias a “nuevas” formas de hacer política se
convierten en letanías finalizadas a la definición de
imágenes de marca fuertes y diferenciadas en el super¬
mercado electoral.
Se sacan del baúl de los recuerdos revolucionarios
conceptos como el de hegemonía de Gramsci 6 , con¬
vertido en manual de auto ayuda para diseñadores
de campañas de marketing, así como su “Príncipe” se
convierte en una Guía de montaje de un partido.
Una política hecha por una vanguardia de gente “pre¬
parada”, “expertos”, “los que saben” es plasmada en
mensajes simples, que el pueblo pueda entender. Y así
toda la complejidad de reflexiones sobre sujetos, fa¬
ses históricas, alianzas de clase, rol y naturaleza del
intelectual orgánico, acceso y uso de los canales de
6.- Fundador a principios de los años 20 del siglo XIX del Partido Co¬
munista Italiano, juntamente con Amadeo Bordiga y una pandilla de
colegas. La distancia entre su pensamiento y su práctica (paso media
vida en las prisiones fascistas) con las políticas que sobretodo a partir
de los años 50-60 emprendió la organización que había creado se puede
sintetizar en estos intercambios de eslóganes, que se producía en las
manifestaciones de los años 70 donde coincidían militantes del PCI y de
los movimientos sociales: “Viva il grande partito comunista di Gramsci,
Togliatti, Longo e Berlinguer” gritaban los primeros “che cazzo c’entra
il primo con gli altri tre?” Preguntaban los segundos...
42
difusión se aparta cuidadosamente del discurso pú¬
blico para quedarse en espacios definidos y cerrados:
aulas universitarias, libros cubiertos por copyright o
reuniones de sabios.
Como en 1984 de Orwell, donde el edificio que al¬
bergaba las torturas y asesinatos de opositores se
llamaba “Ministerio del amor”, los nuevos partidos
colaboran activamente en la perversión del lenguaje.
Participación
Hace mucho tiempo que esta palabra adereza las
recetas de las izquierdas institucionales, al gobierno y en
la oposición. Pretendida respuesta a los anhelos de cam¬
bio, deja intacta la arquitectura de los espacios deciso¬
rios del estado capitalista, pero introduce la posibilidad
de modificar la decoración. La idea del invento es que,
ya que en el último par de siglos la forma estado casi no
ha sido modificada, mientras la sociedad se ha transfor¬
mado radicalmente, para mantener su esencia hay que
introducir retoques y embellecimientos.
Y la herramienta elegida para ello es la participación,
entendida obviamente como información y consulta
de la ciudadanía sobre asuntos en general irrelevan¬
tes, pero que la entretienen, le dan la sensación de ser
importante y, sobre todo, permiten a quien gobier¬
na envolverse en la bandera de consensos reforzados
restregándosela por los morros a posibles críticos y
opositores.
Se multiplican así espacios de participación en ciuda¬
des y barrios, siempre siguiendo el mismo guión: ve¬
cindario, organizaciones sociales presentan informes,
enmiendas, alegaciones y propuestas, en general tra¬
bajadas y serias, al representante de turno de la ins-
43
44
titución, también llamado pringao-que-pero-cobra, el
cual se lo apunta todo y luego refiere a las instancias
superiores que suelen decidir a partir de los informes,
enmiendas y alegaciones de empresas, especialistas,
técnicos y Otros de los que saben.
Este tipo de participación también es utilizada con
éxito cuando se trata de romper oposiciones a algu¬
nos proyectos de especial relevancia. La técnica es de
una simplicidad diabólica: se cogen las asociaciones
del territorio afectado más subvencionadas y se en¬
frentan a las más beligerantes: ante la falta de acuer¬
do la administración se presenta como juez súper par¬
tes... et voilá.
La “nueva política” hace de la participación su caba¬
llo de batalla y crea partidos y candidaturas que bus¬
can un encaje diferente, directo y sin mediaciones con
la sociedad. Se trata obviamente de una participación
diferente, auténtica, que se despliega en un escenario
nuevo de trinca de transparencia y horizontalidad.
La voluntad y el esfuerzo están. Los resultados pero
no acompañan. Y de hecho acaban pasando cosas
como que las cúpulas fundadoras, con sus líderes,
logren por arte de magia imponer sus propuestas
o acordarlas con oposiciones gestadas en el mismo
ámbito. O que se confeccionen listas electorales me¬
diante acuerdos entre direcciones de partido después
45
de agotadoras negociaciones. O que se recurra a las
viejas técnicas de control de asambleas con el desem¬
barco masivo de militantes de probada fe.
En definitiva la renovación democrática no triunfa en
la generación de las nuevas estructuras políticas, más
allá de la integración de varias herramientas informá¬
ticas que permiten la militancia del clic.
Programas
Hay ciertamente quien considera que el ámbito
más importante de un nuevo proyecto político no son
los mecanismos de configuración interna o de articula¬
ción con los espacios de auto organización social, sino
la capacidad de poner en marcha dinámicas innovado¬
ras de elaboración colectiva de programas y marcos de
intervención.
La primera constatación al respecto es que los nue¬
vos actores parecen aceptar sin muchos aspavientos,
como hecho ineludible, las limitaciones inherentes a
las diversas contiendas electorales. Y se adaptan: para
las europeas hacemos un discurso muy rupturista,
para las municipales vamos a lo concreto, a las auto¬
nómicas arriesgamos un poco más y en las estatales
tiramos la casa por la ventana. Siempre modulando
propuestas y discurso según soplen los vientos de las
encuestas de opinión. Propuestas y discurso elabora¬
dos, off course, en despachos o ámbitos perfectamen¬
te delimitados y poco permeables a influencias exter¬
nas, tales como las de movimientos o sociedad civil
organizada.
Imitando de nuevo los esquemas de la “vieja política”
sus programas electorales -que no son programas po-
47
48
líticos propiamente dichos -oscilan entre el formato
“cartas a los reyes” y “puedo prometer y prometo ”,
tanto en los contenidos como en los mecanismos de
elaboración.
En el caso de candidaturas municipales, la participa¬
ción ciudadana es más importante y real, sobre todo
en Cataluña gracias a su rico tejido asociativo y a la
misma historia del país, donde el municipalismo ha
tenido un peso y una extensión temporal muy especí¬
fica, sin embargo la filosofía de fondo sigue siendo la
misma: te escucho y me intereso, pero la decisión final
me corresponde a mí y a los míos. Después del voto
serás consultado e informado con transparencia y, en
caso de desacuerdo con las políticas que finalmente
adopte el consistorio podrás quejarte, increparnos e
incluso no votarnos a las próximas elecciones.
En las elecciones generales o de comunidades autonó¬
micas el asunto asume connotaciones esperpénticas,
con un uso desbocado de expertos, técnicos, acadé¬
micos, profesionales y un seráfico prescindir de las
opiniones del pueblo que, como en la mejor tradición
delegacionista, son interpretadas, traducidas y pro¬
yectadas en la dimensión de la política “real”.
No puede hablarse, decía, de programas políticos
propiamente dichos, porque un programa político
debe contar con una progresión de objetivos, las he-
49
rramientas para alcanzarlos, un cálculo de las fuerzas
necesarias para hacerlo, una previsión de las resisten¬
cias y oposiciones, posibles alianzas y un hilo conduc¬
tor que no puede ser el simple aprovechamiento de un
rebote o de miedos colectivos.
Las nuevas candidaturas, muy condicionadas por im¬
perativos de comunicación mediática, apuestan clara¬
mente por la movilización puntual de un electorado
que hay que convencer con técnicas de persuasión afi¬
nadas en el marketing, encadenando eslóganes y com¬
portamientos que acaban configurando un modelo
sustancialmente conformista, de mantenimiento del
status quo , bien alejado del rupturismo enunciado.
Y acaban envolviendo sus mismos proyectos e ilusio¬
nes, al mismo tiempo que las expectativas de sus vo¬
tantes, con una cadena, cuyo primer eslabón se llama
pragmatismo. “En este juego hay unas ciertas reglas
y hay que saber adaptarse” suelen decirte los partida¬
rios del asalto, o entrada por invitación, a las institu¬
ciones cuando empiezan a surgir los primeros escollos
que entorpecen el avance de los cambios prometidos,
incluso antes de las citas electorales. Siempre me ha
hecho mucha gracia. ¿Qué no lo sabían antes que ha¬
bía reglas?
El eslabón siguiente también es muy antiguo y lleva
por nombre “el fin justifica los medios”: simulamos
50
que participamos en el juego, pero una vez conquista¬
do el poder organizamos otro.
Muy difundido entre los seguidores de las apuestas
electoralistas de ruptura, es la manifestación de un
maquiavelismo que, entre otras cosas, esconde en el
cajón de los trastos las prácticas de democracia direc¬
ta o asamblearismo, recuperando del armario de la
vieja política retórica, demagogia y todo el arsenal de
trucos y chanchullos necesario para ganar unas elec¬
ciones.
Otra consiste en estimular la identificación de la ciu¬
dadanía con las instituciones. Mistificación ésta que
remacha el clavo, decenas de años después, del viraje
que protagonizaron los partidos ex comunistas y so¬
cialistas cuando decidieron integrar sus aparatos en el
juego de la democracia parlamentaria, emigrado defi¬
nitivamente de la tierra de la lucha de clase.
Un viraje que Berlinguer, secretario del partido comu¬
nista más grande de Occidente -un verdadero estado
en el estado italiano- plasmó en expresiones suficien¬
temente ilustrativas como “la clase obrera se hace es¬
tado” o “emprendemos una larga marcha a través de
las instituciones”.
51
A la vista de los resultados, 40 años más tarde, qui¬
zás deberíamos replantear la oportunidad de seguir el
mismo camino.
Y, un eslabón tras otro, la cadena de la opción parla¬
mentaria, si acaba triunfando, se convierte en un fac¬
tor poderosísimo de desactivación del enfrentamiento
de clase. Otro fenómeno conocido, experimentado en
latitudes y épocas diversas: las derrotas o las rendi¬
ciones de los nuevos actores escogidos por mayorías
que le ha confiado el mandato de transformación, no
suscitan reacciones contundentes en las masas vota¬
doras, siempre indulgentes con los suyos: “hacen lo
que pueden”,“si los atacamos hacemos el juego del
enemigo”,“no hay más margen de maniobra”,“esto
es lo máximo que se puede obtener”.
En fin, que el resultado de todo el proceso suele ser
una especie de auto encadenamiento social, con des¬
activación de la capacidad y de los potenciales con¬
flictivos de la gente, que primero vierte esfuerzos e
ilusiones para integrarse en el juego institucional con
la convicción de poderlo dirigir y después, una vez de¬
mostrada la inviabilidad de cambios radicales “desde
dentro”, se auto inhibe para mantener la presencia de
“los suyos” en la que era la fortaleza enemiga.
Todo ello más viejo que Matusalén.
52
Se pierden muchas cosas por el camino de las urnas. Y
la principal es, como decía, el concepto de democracia
directa. No soy ningún fetichista de la asamblea y no
pienso que una implementación, por ahora, de fórmu¬
las anarquistas clásicas pueda aportar mejoras sensi¬
bles al funcionamiento de nuestra sociedad. Pero, si
bien es cierto que el camino se hace andando, creo
que también es importante saber en qué dirección: di¬
fícilmente podrás nunca llegar, un día, a un mundo
de participación directa donde la gente se implique
activamente en la gestión de sus asuntos y en las gran¬
des decisiones, si todos los pasos previos se han dado
hacia la estación equivocada.
Si, ya sé que hoy es de muy buen tono, también en cír¬
culos del nuevo politicismo, dejar caer que las asam¬
bleas son inventos manipulables, formatos adecuados
para la selva Lacandona y los estudiantes de ESO,
pero en el fondo espacios inoperantes o terreno abo¬
nado para la demagogia.
Me he encontrado participando en debates donde po¬
líticos promotores de candidaturas rupturistas ataja¬
ban las intervenciones sobre la necesidad aquí y aho¬
ra de enfoques asamblearios, que configuraran una
nueva cultura política respecto a la reiteración de las
fórmulas de participación consultivas, definiéndolas
como “filosóficas”. Otros que calificaban de poco de¬
mocráticas las propuestas de implicación directa en la
53
gestión pública de movimientos populares, porque su
representatividad no es cuantificable, es decir santifi¬
cada por unas elecciones, consideradas como el úni¬
co mecanismo capaz de garantizar el ejercicio de una
democracia real. Todo ello muy triste y preocupante,
sobre todo si tenemos en cuenta que éste es el único
país de occidente, y por lo poco que yo sé del mundo,
que en la historia reciente haya visto triunfar, aunque
de manera efímera, una revolución libertaria. O don¬
de las grandes movilizaciones y conquistas sociales de
las últimas décadas han sido impulsadas, todas, por
movimientos que tenían la asamblea como fundamen¬
to organizativo e ideal.
El mundo de la nueva política parece, en definitiva,
empeñado en recorrer caminos ya más que trillados,
que ya sabemos dónde nos llevan. Con unas fórmu¬
las igualmente mustias: arreglar las cosas desde arri¬
ba por parte de un cuerpo de iluminados 7 (y es igual
que los iluminados sean banqueros o profesores de
ciencias políticas o sacerdotes o políticos de raza); o
arreglarlas desde abajo pero por iniciativa de unas
vanguardias que “bajan” a apoyar oprimidos o dé-
7.- El siglo XVIII vio el fenómeno del despotismo ilustrado, es decir
de monarcas absolutos que introducían en las practicas de gobierno
de masas campesinas embrutecidas por la miseria, la ignorancia y la
religión, elementos aportados por el movimiento de la ilustración. Hoy
todavía hay quien piensa que el pueblo ignorante necesita intervencio¬
nes providenciales.
54
biles que, cogidos de la manita, serán guiados por
el camino que los llevará a la liberación nacional, al
rescate social o a lo que en cada momento parezca
conveniente, oportuno o posible a los pastores del re¬
baño.
“Esto no toca”
Expresión popularizada por el ex muy hono¬
rable Jordi Pujol que de esta manera simple y directa
marcaba el terreno a las periodistas preguntonas. Fiel
a una visión concreta de la política, él, el líder elegido
por el pueblo, decidía cuál era la agenda, cuáles eran los
temas, las preocupaciones, los proyectos que interesa¬
ban al país, su país. Las prácticas de qué se le acusaría y
que lo llevarían a sentarse en el banquillo de un tribunal
eran consecuencia lógica de esta identificación entre los
intereses del cabecilla y del pueblo que lo ha votado.
Hoy esta misma identificación del líder o vanguardia
con los intereses del pueblo se manifiesta a través de
los reiterados “esto no es prioritario”, pronunciados
en estéreo tanto por miembros de formaciones como
PPSOE o Ciudadanos, como los paladines del regene-
racionismo político podemista, cada vez que un par
de millones de catalanes reclaman la independencia
de España.
O cada vez que en un marco de redacción colectiva de
los programas electorales alguien se descuelga sugi¬
riendo soluciones demasiado radicales.
55
56
Es un hecho que plantea un interrogante ineludible:
¿Quién decide lo que el pueblo debe decidir?
Pregunta que evoca automáticamente otras en cas¬
cada: ¿cuáles son los ámbitos y los espacios donde
se reflejan, amplifican o crean las preocupaciones o
anhelos de la gente? ¿Quién los controla y regula el
acceso? ¿Cuáles son los actores y los intereses que
definen la aparición o desaparición de temas de las
ágoras públicas?
Una de las limitaciones de la democracia populista
es que también acaba creyendo que las prioridades
marcadas por la dirección de un partido (que se auto
confunde a menudo -ay- con la figura del intelectual
orgánico gramsciano) sean las de toda o de la inmen¬
sa mayoría de la sociedad.
“Derecho a decidir sí, pero sobre todo”, proclaman,
por ejemplo. Que significa: no tendrás referéndum so¬
bre autodeterminación hasta que no modifiquemos el
actual marco constitucional y cuando venga el día ya
veremos. La pregunta entonces pasa a ser: ¿cómo se
piensa modificar el marco actual? ¿Con una batería de
consultas que definan la nueva forma del estado (re¬
pública, sin ejército o con ejército popular, con banca
y sectores estratégicos de la economía nacionaliza¬
dos)? ¿O con un proceso constituyente iniciado por
una mayoría parlamentaria que se saque de la chiste-
57
ra algún artículo sobre la posibilidad de que vascos,
catalanes y gallegos o andaluces puedan ir a las urnas
como los escoceses para decir si quieren quedarse en
España o pirárselas? ¿Con una nueva versión del es¬
tado de las autonomías, pero en formato federal pac¬
tada con los PPSOE y su marca blanca Ciudadanos?
Y más preguntas: ¿qué pasaría, en el hipotético caso
de que de una u otra manera al final se reconociera
el derecho de los catalanes a decidir si quieren ser
estado, región, comunidad o parque temático, con las
instituciones del actual Estado español, monárquico y
posfranquista, encargadas de velar por su integridad,
desde la Guardia Civil a la Conferencia Episcopal?
¿Cuáles serán los sujetos que impulsarán el necesario
proceso previo, es decir el destituyente?
Soy un tiquismiquis, lo admito, pero no soy el único
que opina que cuando se proponen soluciones para
problemas que llevan décadas enquistados no estaría
de más concretar un poquito.
¡No demasiado eh! Bastaría quizás con mencionar o
describir a grandes rasgos el modelo que se pretende
adoptar. Porque de modelos hay unos cuantos, que
se pueden declinar, como acabamos de ver, de varias
maneras: el clásico, que consiste en reunir un grupo
de expertos ilustrados, de aquellos que escuchan el
pueblo, interpretan sus confusos deseos y finalmente
58
redactan una carta magna como les sale de los atribu¬
tos; el transaccionista bis, reedición moderna del pac¬
to continuista entre líderes de los principales parti¬
dos bajo la atenta mirada de los poderes fácticos que
en 1978 parió la Intocable 8 ; el radical, con matanza,
simbólica o física, de miembros de las clases domi¬
nantes con sus séquitos de lacayos y servidores y pos¬
terior creación de nuevas instituciones emanadas del
pueblo o de la parte del pueblo que esté por la labor;
el revolucionario, con traspaso gradual o acelerado
de las riendas del proceso a soviets, comités, consejos,
asambleas o a lo que el pueblo soberano se le ocurra
en cada momento?
Tengo la sensación de que las dos últimas no sean
opciones muy valoradas por los protagonistas del
anunciado tsunami electoral que, en mi opinión, se
inspiran en una idea un poco descafeinada de
8.- La “Constitución no se toca” ha sido el grito de guerra de todos
los partidos españoles, grandes y pequeños, hasta el día en que a una
señal proveniente de Bruselas o del espacio exterior donde habitan los
mercados se pusieron de acuerdo en un santiamén para someter a la
carta magna a un clamoroso estupro desnudándola del hábitat social y
clavándole bien en el centro con absoluta prioridad el pago de la deu¬
da.
Democracia
...Bueno, más que descafeinada podríamos lla¬
mar prostituida hasta la médula, ¡si hasta un payaso
como Aznar se ha pasado años colgándose la medallita
de demócrata sin que nadie se la hiciera tragar! Hoy, de
hecho, sólo quedan cuatro anarquistas y los pobres neo-
nazis empeñados en no reivindicar tan mágico concepto,
descriptor de un parlamentarismo de mercado, donde
unos partidos / empresas buscan clientes que compren
sus productos (los programas) a base de campañas de
marketing electoral que utilizan ampliamente todas y
cada una de las técnicas de publicidad más fraudulenta
y vil. Campañas donde quien conquista las principales
cuotas de mercado tiene como premio la gestión de unos
servicios que los mismos clientes/electores (y también
los que no lo son, ni piden estos servicios) 9 pagarán una
y otra vez a precios exorbitantes.
Sea como sea, por muy prostituida que sea la palabre¬
ja, un poco de decoro sí le queda y nuestros salva-pue¬
blos deberían tenerlo en cuenta cuando afirman con
tanta contundencia saber cuáles son los intereses rea¬
les de la gente.
9.- Yo mismo prescindiría con mucho gusto de las prestaciones de fami¬
lia-real, fuerzas armadas, cuerpos anti-disturbios de las diversas policías
y aeropuerto de Castellón, solo por mencionar un algunos ejemplos.
59
60
En la primera mitad de los años 70 en Italia se celebró
un referéndum sobre el divorcio. A nadie se le ocurrió
entonces sacarse de la manga una escala de priorida¬
des de derechos, tal y como se estila aquí y ahora. A
nadie le pasó por la cabeza argumentar que primero
había que decidir sobre temas más importantes, como
la semana laboral de 36 horas, la salida del país de
la OTAN, la subida del salario mínimo, el derecho
a las prestaciones por desempleo o la revalorización
de las pensiones, porque al fin y al cabo el divorcio
no dejaba de ser un asunto de burguesas que no te¬
nían ni idea de los problemas reales de las mujeres
del pueblo, que consistían básicamente en alimentar
y vestir a los hijos, darles un techo y no morirse de
agotamiento a los 50 años.
Al contrario, todos los partidos y movimientos laicos
y progresistas vieron en aquel referéndum una batalla
de valores. Que, por cierto, ganaron.
Hoy en Cataluña tenemos al menos un 30% com¬
probado de gente que, de forma reiterada, ha mani¬
festado que quiere pronunciarse sobre la posible se¬
paración de Cataluña de España. Qué estrambótica
idea de democracia defienden los representantes de
Ciudadanos, PP, PSC/PSOE y Podemos para negarle
esta posibilidad, para decirles que se aguanten, o que
“ahora no toca”?
61
Insisto en el tema catalán porque es una especie de
piedra de toque que permite ilustrar casi a la perfec¬
ción proyectos y visiones políticas, con vocación ins¬
titucional o no, inspiradas en el famoso lema “todo
para el pueblo pero sin el pueblo”.
La filosofía y las praxis que se inspiran en esta máxi¬
ma tienen, entre otros inconvenientes, el de no acer¬
tar casi nunca. Por ejemplo, muchos de los modernos
déspotas ilustrados sugieren, como remedio a la tozu¬
dez de tanta gente catalana, la solución del...
Federalismo
Pero por qué, en lugar de una independencia es¬
túpida y provinciana no se reclama el federalismo, que
es mucho más cool y moderno?
Repiten los estatalistas españoles de “izquierdas” a
sí mismos y a los pocos que todavía tienen ganas de
escucharlos -en general periodistas extranjeros inge¬
nuos y nacionalistas ibéricos que no tienen el estóma¬
go de alinearse directamente con PP y otros fachas-.
Como decía un amigo mío historiador: el problema
es que cuando empiezas a buscar, te das cuenta que
los federalistas están todos en Cataluña y, puesto que
una federación siempre debe salir de un pacto entre
al menos dos sujetos soberanos, con quien deberían
federarse los pobres?
Y mira que lo han intentado y vuelto a intentar du¬
rante siglos, chocando siempre con el mismo obstácu¬
lo: que de soberanías, España sólo reconoce la suya
(después, eso sí, las de mercados, bancos, EEUU, UE...
esta última sólo cuando no se trata de sentencias del
Tribunal de Estrasburgo sobre violaciones de Dere¬
chos Humanos) y considera que los catalanes son
simplemente un puñado de Españoles Residentes en
63
64
Cataluña, EREC, según la aguda definición del Anto¬
nio Baños.
Es una evidencia incuestionable, para la mentalidad
centrípeta dominante en la meseta central, que los es¬
pañoles residentes en una parte de España ya están
más que federados y que, por tanto, cualquier pro¬
puesta de este tipo no merece ni siquiera ser tomada
en consideración.
La versión moderna del nacionalismo español, ciuda-
danista e individualista, pone énfasis en la centralidad
del súbdito (lo siento: en una monarquía los ciuda¬
danos son súbditos...) como sujeto de la soberanía,
esquivando por tanto cualquier reconocimiento de
entidades colectivas que no sean un pueblo español
debidamente acreditado con DNL
Por lo tanto resulta muy sorprendente, para un ob¬
servador externo, la obstinación con la que genera¬
ciones de políticos catalanes han intentado proponer
el establecimiento de un sistema federal a un estado
oligárquico que se encontraba y encuentra extraordi¬
nariamente a gusto con el sistema actual.
El estado de las autonomías fue para algunos la última
bala federalista. La esperanza era que con el paso de
los años, primero la decadencia y después el deseado
traspaso de las generaciones militares, guardianas de
65
la Patria una, grande y libre, se abrirían posibles ca¬
minos de relectura de la Constitución. Lo intentaron
casi todos. Pujol, que trocaba competencias y trans¬
ferencias de recursos con el apoyo de CiU a los dos
partidos que se iban alternando cada cuatro u ocho
años en el gobierno de Madrid: cuando las mayorías
eran relativas, con un poco de tira y afloja, los polí¬
ticos catalanistas conseguían ahora una competencia
más, ahora un impuesto, ahora algún detallito crema¬
tístico. Cuando las mayorías eran absolutas recibían
portazos en las narices. Lo intentó también otro pa¬
dre de la Constitución, Roca y Junyent, él también de
CiU, fracasando miserablemente en la creación de un
partido de centro, de ámbito español y espíritu euro¬
peo. Lo intentó Pasqual Maragall, con un Estatuto
que introducía tímidamente la idea de pueblo catalán
como sujeto soberano. Antes ya lo había intentado
el lehendakari Ibarretxe, con una propuesta similar
para el País Vasco: las Cortes españolas le rieron en
la cara.
En resumen, la respuesta, desde el siglo xviii en ade¬
lante, a cada demanda federalista siempre ha oscilado
entre el golpe militar, el zafarrancho de la caverna
mediática, el recurso a los tribunales y las acusaciones
de traición a la patria.
Es cierto que la memoria hoy en día es corta, pero
¿cómo es posible que los actuales federalistas no re-
66
cuerden que la primera gran manifestación del nuevo
proceso independentista llenó las calles de Barcelona
en respuesta a la sentencia de un Tribunal Constitu¬
cional, repleto de individuos que un amante de los
eufemismos definiría profundamente conservadores?
Era un estatuto que había votado poca gente y que
no había despertado ningún entusiasmo: fue la arro¬
gancia de los mismos poderes de siempre, la arrogan¬
cia de aquellos que saben que tienen la sartén por
el mango y que no se rompieron la cabeza buscando
argumentos que respaldaran sus actuaciones, lo que
desencadenó el espíritu independentista, el deseo de
acabar con un estado de cosas grotesco y humillante.
Hoy en día, la tercera vía “federalista” sólo es un in¬
tento desesperado para llenar un vacío ya no ideoló¬
gico, sino incluso de ideas de un partido a la deriva y
otros que buscan nueva linfa electoral.
Ya que en la defensa de la España una grande y libre
nunca podrían superar a los paladines tradicionales
post franquistas y posmodernos, se sacan de la manga
una idea de estado federal que simplemente ignora la
realidad histórica, económica, social, jurídica y polí¬
tica de España. Un producto de política ficción que
tiene como referencia ideal la saga de Star Trek. Con
teletransporte, velocidades de curvatura y agujeros
negros utilizados como túneles de autopista, pero sin
peaje.
67
Introducen en la coctelera reminiscencias falsificadas
de una república que por otra parte no se atreven a
reivindicar (demasiado ocupados en inclinarse ante
el nuevo rey), cuatro conceptos ya obsoletos sacados
del pensamiento débil de hace unas décadas, un poco
de cosmopolitismo barato y la agitan frenéticamente,
con la esperanza de que salga la fórmula mágica que
les permitirá embaucar de nuevo vascos y catalanes,
ya que nadie con dos dedos de frente ve ninguna posi¬
bilidad de convertir a un cantonalismo radical la pen¬
denciera afición de la Roja.
Si se lo creyeran serían idiotas, sin embargo, ya que
incluso la estupidez tiene un límite, el verdadero obje¬
tivo de la propuesta no puede ser otro que la aplica¬
ción, al problema creado por el “desafío soberanista”,
del viejo refrán catalán “qui dia passa any empeny”.
La gente que sufre
Como decía, sin embargo, la retórica populista
de una parte de la nueva clase política emergente no se
limita por supuesto a apaciguar las tensiones nacionales.
Su discurso, centrado en una preocupación constante
por las necesidades materiales de “La gente que se lo
pasa muy mar se dirige a lo que considera el punto
más sensible del ciudadano: la barriga. Dejando de
lado las connotaciones paternalistas y cristianas que
condicionan la confección de programas básicamente
asistencialistas, asistimos a un abandono de hecho de
la idea misma de enfrentamiento entre dominados y
dominantes. Enfrentamiento donde la puesta en juego
no debería ser un simple reparto menos escandalosa¬
mente desigual del pastel, sino el mantenimiento o la
definitiva -aunque gradual y sensata- superación del
actual modelo económico y social.
Se olvida que la “gente”, es decir lo que antes se lla¬
maba clases trabajadoras, proletariado o pueblo,
según los gustos y las corrientes, puede y sabe auto
organizarse y luchar, como lo han demostrado infi¬
nitas veces a lo largo de la historia y como lo están
haciendo todavía, ahora mismo, en tantas pequeñas y
grandes batallas, sin necesidad de salvadores.
69
70
Se olvida que hoy como ayer el espíritu revoluciona¬
rio, el único que puede llevar a transformaciones ra¬
dicales y ciertas del status quo, no se manifiesta nunca
con la aparición de dirigismos ilustrados, de represen¬
tantes que encarnan la voluntad colectiva, sino con
una complejidad de actuaciones, alianzas, organiza¬
ciones que siempre son manifestaciones conflictivas
de autonomía.
Así como también se olvida que las “necesidades”,
por sí solas, el materialismo descarnado de la satis¬
facción de los requerimientos biológicos y sociales
más básicos, con un plus de comodidad en nuestras
sociedades occidentales, no han sido nunca el alma de
los grandes cambios sociales si no iban acompañadas
de hermanas mayores: la aspiración a ser libres, a la
justicia, a la igualdad, a la fraternidad... 10
En definitiva se olvida aquello tan antiguo de que “la
humanidad no vive sólo de pan”
Y eso me lleva a hablar de...
10.- Es conocido que la reacción a los “simples” abusos lleva como a
mucho a explosiones puntuales: “les bullangues”, “les émeutes”, “les
jacqueries”, “els riots” o bien los “votos de castigo”.
Valores
Es un lugar común afirmar que vivimos en socie¬
dades que sufren una crisis profunda de valores y que el
mundo de la política de partidos es una prueba llamati¬
va y vergonzosa de ello.
La “nueva política” empieza por tanto a caminar, de
manera acertada, poniendo sobre la mesa los aspectos
éticos que deben guiar la actuación de los “servidores
públicos”.
Y se redactan y discuten códigos éticos... que sin em¬
bargo y por desgracia se centran exclusivamente en
uno de los 10 mandamientos: “no robarás”.
Discusiones interminables sobre el techo de sueldos
de políticos y técnicos, sobre mecanismos de control
de cuentas, sobre transparencia de los patrimonios de
candidatos y cargos, sobre cómo imposibilitar el fe¬
nómeno de las puertas giratorias 11 .
11.- Mecanismo hasta ahora habitual que permite a personajes sinies¬
tros como Felipe González y José María Aznar pasar de ocupar un es¬
caño de diputado o presidente de las cortes a una silla en el consejo de
administración de multinacionales que se han beneficiado de las actua¬
ciones de sus gobiernos. Cobrando, off course, un dineral.
71
72
Discusiones todas centradas en los elementos tangi¬
bles de la corrupción y que no tocan los intangibles
que tanta importancia tienen en nuestras sociedades:
la construcción de una imagen pública, mucho más
fácil cuando se ocupa un cargo político, la confección
de una rica agenda de contactos personales, el enri¬
quecimiento espectacular de los currículos y, sobre
todo, la asunción de roles “separados” y de “mando”
de la sociedad.
Discusiones de las cuales quedan fuera todos los de¬
más ideales, sueños, principios, valores que inspira¬
ban la acción revolucionaria.
Honestidad como significado vacío
Está muy bien denunciar la casta y la corrup¬
ción, el vergonzoso espectáculo de latrocinio general en¬
quistado en la política profesional.
Sin embargo la repetición obsesiva del concepto, tal
como ocurrió en Italia con Mani Pulite, convierte rá¬
pidamente un simple recurso dialéctico, que además
contiene unos implícitos políticamente banales o in¬
cluso regresivos.
El primero es que el sistema es regenerable, que bas¬
taría con que todo el mundo respetara las reglas y pa¬
gara los impuestos para que todo el tinglado funcio¬
nara. Es el espejismo que desde finales de la Segunda
Guerra Mundial nos han querido vender una y otra
vez a pesar de la evidencia, cada vez más flagrante, de
la esencia destructiva del capitalismo que, para exis¬
tir, necesita de un crecimiento continuo, necesita con¬
sumir cada vez más recursos, necesita explotar de una
manera u otra todas las formas de vida, patentando-
las, modificándolas, sustituyéndolas, destruyéndolas.
Las tibias medidas de autocontrol, vía legislaciones
nacionales e internacionales, que el sistema adoptó en
la época de la Guerra Fría eran entonces oportunas
73
74
y aceptadas por las clases dominantes, ya que por un
lado perseguían el objetivo de seducir grandes masas
que podían sentirse atraídas por la epopeya de las re¬
voluciones rusa y china, atribuyéndoles, junto al rol
tradicional de productoras de plusvalía, el de consu¬
midoras. Y eran también perfectamente viables gra¬
cias a la intensificación de las técnicas de extracción
de recursos -sobre todo energéticos- y su abundante
disponibilidad o a la reorganización de la producción.
Hoy el escenario es muy distinto. Y dar a entender
que la corrupción es la causa principal del problema,
y no un efecto, es una demostración pasmosa de fri¬
volidad.
El segundo implícito es que la honestidad es un valor
supremo, capaz por sí mismo de arreglar las cosas y
no una simple condición básica de toda interacción
social.
El tercero es que para garantizarla basta con introdu¬
cir transparencia en las cuentas y respecto de las “re¬
glas del juego” o sea de la legalidad, entendida como
marco necesario y objetivo de convivencia.
Se obvia en este caso que “legalidad” es un concepto
que desde siempre ha ido necesariamente adjetivado:
la “legalidad burguesa”, o sea la que disfrutamos, es
un corpus de normas finalizado a la preservación y
perpetuación de un sistema de dominación de unas
75
clases sobre otras y no un marco que permita o faci¬
lite el funcionamiento de sociedades humanamente y
ambientalmente sostenibles.
Afirmaciones de nuevos políticos como “ las empresas
multinacionales no tienen nada que temer si respetan
las reglas del juego y pagan impuestos ” son una ne¬
gación de evidencias llamativas, como que las reglas
del juego a nivel internacional hace décadas que las
definen las multinacionales y el entramado financiero.
Las regulaciones sobre los movimientos de capitales
-por decir una- no volverán, ni habrá nuevas, median¬
te cambios en aritméticas electorales. Es hasta ridícu¬
lo considerar que escuálidas mayorías parlamentarias
puedan modificar de manera mínimamente significa¬
tiva las relaciones de fuerzas actuales jugando con las
palancas creadas por el mismo sistema. Hay fuerzas,
eso sí, y candidaturas que se han referido al derecho
a desobedecer, a la necesidad de subordinar la labor
institucional y de gobierno a las luchas populares. Se
echa en falta sin embargo un posicionamiento más
contundente y definido de la nueva política sobre la
clase de “orden” o “legalidad” que debe inspirar sus
actuaciones una vez hayan hablado las urnas.
Y volvemos a los valores.
En los mítines electorales, los actos políticos, pocas
veces se habla de justicia social, de solidaridad in-
76
ternacional, de apoyo mutuo, de responsabilidad co¬
lectiva, de defensa de las libertades, de laicismo. Se
critica a veces el patriarcado y se agita la bandera
del feminismo, pero sin entusiasmo, sin profundizar
demasiado, no sea que se desencadenen debates, que
emergieran variables interpretativas, diferencias de
sensibilidades inoportunas.
Y mientras tanto en los movimientos se instalan cada
vez más dicotomías facilonas, como la caricatura,
cargada de auto odio, del occidente malo, materia¬
lista, agresivo e imperialista por esencia, que algunos
oponen a un oriente bueno, espiritualista, proletario,
identificado hoy con el Islam, como hace unos años lo
era con el budismo.
Una réplica algo más grotesca aún de la división en
bloques de hace unas décadas, cuando los buenos es¬
taban al otro lado del telón de acero y los malos éra¬
mos nosotros 12 . Lectura que, entre otras cosas, tira
por la borda todo un legado de luchas, resistencias,
construcciones, sacrificios, heroísmos y sufrimiento.
Maniqueísmo del que son síntomas la práctica reduc¬
ción de las movilizaciones intemacionalistas a la opo-
12.- La indignación que en los ambientes comunistas suscitaban las pe¬
lículas de “Don Camilo” y la indulgencia que en los mismos ámbitos se
mostraba por los crímenes estalinistas recuerda mucho a ciertas actitu¬
des islamofilas actuales
77
sición al estado de Israel, de la lucha antirracista a la
agitación del fantasma de la islamofobia (detrás del
cual desaparecen las discriminaciones de toda la vida,
de negros, gitanos, sudacas y demás parias); o el rega¬
lo que, tras los asesinatos de París, los promotores de
la sórdida consigna del “Yo no soy Charlie” hicieron
a los gobiernos y las élites europeas, reconociéndo¬
les la “propiedad” de principios que son nuestros, la
exclusiva en la defensa de derechos que nunca han
respetado, si no a regañadientes, y que han costado
muchas luchas y sangre, como el de libertad de expre¬
sión, en una escalada de estupidez suicida que llegó
hasta la organización de debates donde expresamente
se pedía poner “límite” a las libertades de decir, dibu¬
jar, publicar, pensar 13 .
El laicismo, es decir la no intromisión en la vida pú¬
blica de las diversas religiones, es visto, por parte de
13.- En enero de 2015 un grupo de islamistas radicales asesina en parís
a 15 personas, entre las cuales 8 redactores de la revista satírica Charlie
Hebdo, “culpables” de haber dibujado a el profeta Mahoma y 4 clientes
de un pequeño supermercado de barrio, “culpables” por ser judíos. A
nivel internacional el rechazo se plasma en la consigna “ Je suis Charlie”
y gobiernos de todo tipo se apresuran en defender el sagrado valor de
la libertad de expresión, la misma que a menudo se afanan en reprimir
con leyes y amenazas. A buena parte de nuestra izquierda radical le
parece muy buena idea, en lugar de denunciar cinismo y reinvindicar
la maternidad de los valores de libertad, contrareplicar con un “Je ne
suis pas Charlie” acompañado por una retahila de teorías conspirativas,
acusaciones de islamofobias contra las victimas, explicaciones exculpa-
torias del islamofascismo.
78
generaciones que nunca han tenido que luchar en se¬
rio contra el oscurantismo de la iglesia impuesto a la
vida social, como una manifestación de neocolonia-
lismo, de xenofobia hacia la inmigración musulmana.
ISLAMOFILIA
He estado intentando entender la extraña fas¬
cinación que ejerce el Islam, como cultura y como re¬
ligión, sobre tanta gente de los movimientos sociales y
que los lleva a considerar islamofobia todo lo que huela
a crítica de cualquier aspecto de un corpus de creencias
y tradiciones que es, por otra parte, extremadamente
complejo y variado.
Yo también sucumbí parcialmente, en mi juventud, al
impacto de la revolución de los ayatolás: me impre¬
sionó que en nombre de un dios se pudiera derrotar al
odiado enemigo imperialista yanqui. Se me fue pasan¬
do la infatuación a medida que iban llegando de Irán
imágenes de una vida y una sociedad cada vez más
oscurecida y hundida en la ignorancia, la crueldad y
el fanatismo.
He escuchado a chicas jóvenes y cultas afirmar que
nosotros, los occidentales, hemos perdido la dimen¬
sión de la espiritualidad, de la relación con el entor¬
no natural, mientras que en el mundo musulmán se
respiran y defienden aún los valores de armonía y de
elevación moral. Una compañera llegó a afirmar una
vez que era natural que el Corán considerara tres ve¬
ces más valiosa una persona creyente que un infiel.
79
80
Porque infiel es aquel que no tiene alma, no tiene es¬
piritualidad. Entendí de golpe hasta qué punto hemos
perdido terreno en nuestra batalla por la emancipa¬
ción. Quisimos matar a Dios y no supimos llenar el
vacío que dejábamos.
Gente joven, inteligente, pero hija de un laicismo que
el capital ha ido despojando de grandeza, hasta con¬
vertirlo en una pieza de la maquinaria de consumo,
acaba interpretando de manera completamente erró¬
nea la serenidad que otorga la adhesión conformista
a un estado de cosas: la tradición, las normas sociales,
los vínculos religiosos se confunden con calidez hu¬
mana, autenticidad de principios. Y no es así. No hay
ninguna trascendencia en la calma tranquila del reba¬
ño. Hay disciplina, sí. Paz social, sí. Respecto formal,
también. Calma. Es cierto.
Esa misma calma y serenidad que se respiraban en mi
pueblo hace unos años, cuando toda la comunidad se
ajustaba a los ritmos y los preceptos que marcaba la
iglesia, con sus toques de campanas, las misas, las fes¬
tividades, las interdicciones alimentarias (los viernes
no se comía carne, en la cuaresma tampoco, el viernes
de pascua era vigilia ñera , es decir ayuno), la morali¬
dad impuesta, la autoridad del sacerdote. La gente se
adaptaba -o hacía ver que lo hacía-, y la jaula de la fe
también era guarida donde refugiarse contra las mil
dificultades de la vida, contra la misma angustia del
81
vivir. Siempre es más cómodo, menos fatigoso nadar
a favor de la corriente que contra.
Es cierto: históricamente las religiones monoteístas
supusieron la superación de conflictos tribales, de las
leyes del más fuerte. Pero no acabaron con la violen¬
cia, sino que la sustituyeron. Es más: alejándose de la
madre naturaleza, considerada esfera a dominar por
el hombre, reprimieron las prácticas animistas o el
chamanismo, formas originarias de conexión con las
fuerzas cósmicas.
La religión, conjunto de normas que domesticaban al
tiempo que tranquilizaban, apropiándose en exclusi¬
va del diálogo con las esferas de la muerte, del más
allá, también imponía una explicación, una narración
unívoca del “porqué de las cosas”.
Nuestros valores no son los mismos. Nosotros, siem¬
pre, nos hemos negado a conformarnos con las verda¬
des vehiculadas por castas sacerdotales de todo tipo
y hemos hecho nuestros otros principios: la libertad
de pensamiento y de acción, la lucha por la igualdad
y la felicidad en esta tierra y no en improbables pa¬
raísos, la curiosidad del conocimiento, la voluntad de
saber, el derecho a sublevarse, el amor a la tierra y a la
vida. Mucha gente, hombres y mujeres, herejes, bru¬
jas, infieles, a lo largo de la historia han terminado en
manos de verdugos, torturados, quemados, por haber
82
osado reivindicar su palabra humana por encima de
la imposición de cualquier palabra de dios.
Esta lucha épica ha sido envilecida, rebajada, menos¬
preciada en el discurso dominante del occidente lai¬
cizado (parcialmente) por el nuevo Dios mercado. Y
gran parte de la izquierda, con su materialismo de
bajo vuelo, su concepto de ética basado en legalismos
mezquinos, su odio de clase transmutado en resenti¬
miento y envidia, ha contribuido en gran medida al
triunfo de esta rebaja de ideales.
Ideales que sin embargo están ahí, y bien vivos, y
atraviesan nuestras sociedades con la potencia de los
sentimientos y las pasiones más profundas. Generosi¬
dad, compasión, apertura de mentes y corazones. La
auténtica, la única espiritualidad es la lucha por la li¬
bertad del espíritu. Dicen que la religión es amor, pero
qué amor contempla amenazas, castigos y cautiverio?
Pero no Parece que en el nuevo espacio de pensamien¬
to y acción política no quepan las reflexiones sobre
ética y valores o sentimientos que no sean los del gru¬
po, o la tibia compasión asociada al auxilio que tene¬
mos que dar a “quien se lo está pasando mal”. Es lo
que llaman la...
...Política de las necesidades
La “política de las necesidades” propugnada por
unos y otros, versión tuneada del reformismo clásico,
centrada en remendar el escuálido traje asistencialista
irremediablemente dañado por “la crisis”, plantea dos
problemas relevantes.
El primero es que la generalización del modelo escan¬
dinavo, que los nuevos políticos españoles nos propo¬
nen como meta a alcanzar, necesitaría los recursos de
tres planetas.
Si no es de extrañar que, al calor de la crisis, los voce¬
ros del capitalismo salvaje hayan desclasado la carpe¬
ta de la problemática ambiental a un tercer plano, sí
lo es que las agendas de movimientos y nuevos parti¬
dos y candidaturas se hayan también adaptado a este
cambio de prioridades.
El medio ambiente, la cuestión de los recursos, vuel¬
ven a tomar el papel de actor invitado que tenían hace
unas décadas, con la pincelada del valor añadido que
pueden aportar estos temas en una competición mer¬
cantil cada vez más especializada y en la desesperada
búsqueda de nichos de consumo.
83
84
Hace años que estamos sufriendo actitudes seguidis-
tas similares en nuestra izquierda europea: la idea de
solidaridad internacional, por citar una, quedó coop¬
tada ya en la década del 90 por un onegeísmo desen¬
frenado.
El problema de la renuncia a elaborar una cosmovi-
sión propia, una estrategia autónoma y alternativa a
la realidad de un mundo dominado por el capital es
que acabamos jugando eternamente a la contra, de
manera reactiva. Y el resultado es que, en lugar de
replicar los argumentos desarrollistas de los actores
políticos convencionales con cambios radicales de
paradigma, aceptamos todas y cada una de sus re¬
glas: ¿ellos hablan de incrementar el PIB? Nosotros
hablamos de cómo redistribuirlo. ¿Ellos dicen que se
mejora la competitividad rebajando condiciones la¬
borales? Nosotros decimos que hay que mejorar la
eficiencia... para ser más competitivos. ¿Ellos afirman
que la emigración es un problema económico porque
las migrantes reciben ayudas sociales? Nosotros afir¬
mamos que las migrantes son la solución económica
porque trabajan y cotizan. ¿Ellos nos acusan de vio¬
lar la ley? Nosotros los acusamos de violar la misma
ley... Y así bajando por una espiral de dependencia
ideológica que nos aleja pasito a pasito de cualquier
estrategia autónoma de clase.
85
El segundo problema es que la condena y el rechazo
al sistema financiero como responsable de la crisis/
estafa no se han extendido a la cultura y los com¬
portamientos que facilitaron el éxito de las prácticas
gangsteriles de banca y mercados.
No se ha considerado en ningún momento prioritario
insistir en una crítica de principio a la difundida y
alienada aspiración a la propiedad y ni siquiera a la
especulación. Es cierto que la mayoría de personas
engañadas por la banca contrataron hipotecas, no por
tener la propiedad de pisos, sino simplemente para
asegurarse una vivienda. Y también es cierto que la
gran mayoría de preferentistas estafados no habían
depositado su dinero para especular con algún fon¬
do buitre, que quizás explota mineros sudafricanos o
mujeres en maquilas, sino para garantizar sus ahorros.
Así como es cierto que la gente cada vez más pobre,
que compra en las grandes superficies los productos
de multinacionales violadores de derechos humanos o
del medio ambiente, lo hace básicamente porque no
se puede permitir otra cosa.
Pero también es cierto que el sistema se nutre precisa¬
mente de la adhesión, sea voluntaria, involuntaria o
forzada a unos hábitos de consumo inmorales y rapa¬
ces, y que esta adhesión rara vez ha sido y es objeto de
86
una reflexión colectiva, y sólo en reducidos ámbitos
de militancia (el vegano, el decrecentista) 14 .
La ausencia de una batalla de valores se visibiliza en
algunas formulaciones de moda en nuevos partidos
y movimientos, que aseguran que no son “ni de
izquierdas ni de derechas”. Desmarque comprensible
en un contexto donde el término ‘izquierda’ ha sido
secuestrado por partidos que llevan años alejándose
a la velocidad de la luz tanto del socialismo como
de la democracia, reduciéndolo a una propuesta
de enfrentamiento de fútbol. Desmarque que sin
embargo conlleva también la renuncia al legado ideal,
los mitos fundadores de la izquierda, a sus héroes:
desde Espartaco a Rosa Luxemburgo, del Che a
Ángela Davis, de Durruti a Puig Antich, del Vietcong a
Rigoberta Menchú. O el rehuir de toda confrontación
conflictiva con el corpus ideológico y el ideario de la
derecha, portadores de represión, opresiones e ideas
mortíferas: patria, religión, orden, familia... sumisión.
14.- Los efectos de esta carencia se notan en algunas reivindicaciones
programáticas de lucha en la pobreza como la exigencia de no repartir
alimentos sino dinero a las personas necesitadas: además de reproducir
modelos monetarios e individualizadores, se opta asi por inyectar dine¬
ro en los circuitos de consumo mas especulativos, ya que los beneficia¬
rios últimos de esta ayuda sera inexorablemente las grandes cadenas de
distribución, en lugar de invertir recursos públicos en el refuerzo de pro¬
ducciones locales de calidad y de redes de distribución autogestionadas.
87
O la promoción de no-ideales que se ocultan bajo la
piel de cordero de lo “políticamente correcto”, nefas¬
to revoltijo descafeinado, desnatado y endulzado con
sacarina. Triunfo de la hipocresía que nos hace rendir
ante las religiones, justifica el patriarcado más exce¬
sivo, recupera la idea de patria y con la reiterada in¬
vocación de marcos legales existentes instila la acep¬
tación de órdenes establecidos (aunque mejorables).
Esta última tendencia se ha plasmado en la omnipre-
sencia de un concepto basado en una negación:
La “no violencia”
Un fantasma recorre Europa y parte del resto del
mundo.
Presencia repetida en la ventana mediática, vaga por
los ámbitos de la política institucional, planea por los
templos, surfea por Internet, se cuela dentro de las
escuelas. La llaman no-violencia y de fantasma tie¬
ne muchas características: silueta desenfocada, origen
incierto, naturaleza equívoca.
Coreada como un mantra, la evocación del espíritu de
la no violencia resuena en asambleas preparatorias de
manifestaciones, actos constitutivos de asociaciones,
presentaciones públicas de plataformas, coordinado¬
ras, redes...
Ocupa un lugar destacado en el bagaje de adjetivos
que acompañan cualquier iniciativa de protesta. Sirve
como tarjeta de visita de grupos activistas, de reivin¬
dicaciones, de individuos.
Se ha convertido en el paraguas bajo el cual los des¬
contentos de nuestro, hasta hace poco, despreocupado
occidente intentan protegerse de las lluvias criminali-
zadoras de las prensas de régimen (y también, aunque
89
90
cada vez con menos éxito, de las palizas y multas de
los defensores de la legalidad).
Todas las expresiones tradicionales de la lucha social
se presentan desde hace tiempo aderezadas con este
condimento: manifestaciones, marchas, concentracio¬
nes, sit-in... Incluso las huelgas, las ocupaciones y los
piquetes deben pasar por una especie de ITV de la no
violencia.
Era inevitable que esto sucediera: durante décadas,
una llovizna discursiva constante ha empapado todos
los rincones de nuestra sociedad. Desde las escuelas,
con sus “rincones para la solución de conflictos”, a
las iglesias, las televisiones y los periódicos de todas
las tendencias... la reiteración de argumentaciones
contra el recurso a las armas de cualquier tipo en la
resolución de conflictos (sociales) ha sido obsesiva.
La violencia es inútil, genera más violencia, crea odio
y rencor, es machista, es injusta, rompe la conviven¬
cia...
La violencia se ha de condenar, venga de donde venga.
La violencia nos quita la razón. Provoca el rechazo de
la mayoría...
91
De forma pacífica, en cambio, se puede obtener todo
lo que es bueno, justo, equitativo. El diálogo (hablan¬
do se entiende la gente), el razonamiento, la protesta
civilizada, y si puede ser lúdica, se nos han presentado
como las únicas y poderosas formas capaces de trans¬
formar el mundo.
Durante décadas nos han dicho que la única condi¬
ción, la única regla a respetar en la confrontación dia¬
léctica entre intereses de clase opuestos era el rechazo
de cualquier manifestación de violencia.
Durante décadas nos han servido en todas las salsas
ejemplos edificantes de hindúes ascéticos, de hippies
colocados, de mayos franceses románticos; al tiempo
que nos pintaban con tintes demoníacos a revolucio¬
narios sedientos de sangre, rebeldes que tenían la des¬
trucción como causa única.
Han sido décadas de instalación en el imaginario
colectivo, y en el vocabulario, de figuras que debían
representar el lado oscuro de nuestras sociedades:
marginales, vengativas, irracionales. Ludditas, nihi¬
lista y anarquista dejaron de ser adjetivos asociados
a corrientes políticas históricos, y a menudo glorio¬
samente complejos, para cargarse de negatividades,
mediante un arsenal lexical al uso esparcido por las
baterías mediáticas.
92
Se han fabricado, a decenas, modelos de nuevos ene¬
migos internos: los alborotadores, los vándalos, los
antisistema, los violentos. Y el padre de todos los
enemigos: el terrorista. Es una receta antigua, tanto
como el ejercicio del poder: la evocación del peligro,
del “otro” (la no persona, el no ciudadano, el no hu¬
mano, la encarnación del mal), de lo que un miembro
del cuerpo social no puede ser nunca. Seres con com¬
portamientos irracionales y por definición negativos
a los que se les puede oponer, se les opone, el modelo
del buen ciudadano que actúa según las normas de la
convivencia civil.
Todo este bagaje criminalizador ha legitimado la de¬
finición, exposición, aislamiento y eliminación selec¬
tiva de una serie de sujetos políticos, de formas de
lucha y comportamientos de resistencia, elementos
importantes del bagaje histórico de la lucha de clase,
a los que se niega dignidad e incluso categoría políti¬
ca. Nuestras democracias no han escatimado medios
represivos para desarraigar estas malas hierbas de un
cuerpo social fundamentalmente sano, es decir obe¬
diente. Pero para ello, para mantener mínimamente
viva la ficción democrática, para compatibilizarla,
de cara a las opiniones públicas internas y externas,
con el nunca renegado y a veces masivo recurso a la
prisión, a la agresión física, la tortura o al asesinato,
nuestros sistemas democráticos parlamentarios nece¬
sitaban una definición de lo que es bueno, propositi-
93
vo, de lo que sí se puede hacer -a pesar de no estar de
acuerdo, a pesar de estar disconformes y hasta radi¬
calmente disconformes.
Y este “LO” ha sido la NO-VIOLENCIA.
Obviamente interpretada con el mismo filtro que ya
se utiliza habitualmente para otros conceptos: demo¬
cracia, libertad, participación, derechos. Filtro que
elimina con inexorable eficacia todos los contami¬
nantes anti sistémicos que estas palabras y principios
pudieran esconder. 15
Ejemplos de secuelas de este nuevo dogma hemos vis¬
to muchos en los últimos años:
En el desalojo del rectorado de la UB, en Barcelona,
durante las ocupaciones contra el plan Bolonia los
antidisturbios zurran de lo lindo ante las cámaras un
chico que tiene la evidente culpa de ser el más alto
y cabelludo del grupo. Para cualquier ojo un poco
avezado a las trifulcas es evidente que se trata de un
muchacho inofensivo, un hippie, pero eso no es im¬
pedimento para los defensores del orden, más bien
un estímulo. Al final el chico cae y se le echan encima
para esposarlo y detenerlo. A su alrededor sus com-
15.- Rolando D’Alessandro: “El dogma de ls No-violencia”, ed. Alki-
mia, Barcelona 2014. En Castellano, Editorial Descontrol, 2015.
94
pañeros le llaman angustiados... sin acercarse. Nadie
mueve un dedo para impedir la agresión.
En Madrid, marcha por la dignidad. Unos antidis¬
turbios apalean y detienen a un hombre. Un compa¬
ñero -pantalones cortos, cierta edad, ningún aspecto
de black block- intenta impedirlo. Le llenan de po¬
rrazos mientras todo alrededor decenas y decenas de
personas, periodistas y manifestantes, toman fotos y
vídeos. Nadie intenta interponerse.
Y podría seguir con ejemplos ilustrativo de cómo en
realidad la ética de este sucedáneo de no violencia
gandhiana que nos han impuesto e imponen, simple¬
mente esconde la desaparición de comportamientos
que cualquier sociedad considera o debería conside¬
rar valiosos: el coraje, el altruismo, la capacidad de
arriesgarse y sacrificarse por una idea o por los demás.
Así como podría seguir deplorando el menosprecio
colectivo imperante hacia normas de comportamiento
que siempre han sido cohesionadoras sociales y carac¬
terísticas de los protagonistas de todo proceso revolu¬
cionario: modestia, coherencia ejemplar, rectitud, sen¬
tido de responsabilidad, compasión, respeto también
por el adversario, empatia por el sufrimiento ajeno.
Las viejas democracias parlamentarias representativas
habían robado la palabra a la gente, al pueblo. Con
95
la nueva política corremos el riesgo de que también se
nos roben los silencios, así como el triunfo prepotente
de la cultura de la imagen ya ha arrinconado las au¬
sencias en la esfera de lo inexistente. 16
16.- Me refiero a los silencios y a las ausencias en los espacios escogidos
y organizados por el poder y que pueden llegar a tener una enorme y
amenazadora carga expresiva.
Cortinas de humo
Es bastante frecuente, en los últimos años, que
desde posiciones políticas muy dispares se alerte sobre
la existencia en Cataluña de una cortina de humo que
la burguesía catalana habría levantado con el objetivo
de ocultar el conflicto social desencadenado por las po¬
líticas neoliberales. Paralelamente se ha despertado un
sector social, mediático e intelectual que ha sacado del
armario de los trastos toda la batería de recursos retó¬
ricos del catalanismo “quico” que se considera víctima
tanto del fascismo centralista como del neo-lerrouxis-
mo encarnado, según ellos, por todas aquellas fuerzas
que no asuman la consigna de “primero la independen¬
cia y luego ya veremos”. En definitiva, mientras por un
lado (nuevos partidos y derecha de siempre) se invoca la
necesaria solución de las problemáticas sociales como
prioridad de la política, por la otra (sectores conserva¬
dores y socialdemócratas catalanistas y parte de la so¬
ciedad civil organizada) se reclama un proceso unitario
hacia la independencia que deje de lado -de momento-
las cuestiones sociales.
En esta coyuntura histórica unos y otros han teni¬
do sin embargo mala suerte, ya que el escenario y la
composición de los sujetos políticos que intervienen
son bastante más complejos y la relación entre las dos
97
98
dimensiones -la nacional y la social- ha acabado des¬
bordando cualquier parámetro simplificado^ aunque
los medios de comunicación insistan una y otra vez en
el mensaje dicotómico de los dos frentes, encarnados
obviamente por unos cuantos líderes políticos o de
opinión.
Cada vez se hace más difícil, en efecto, obviar la exis¬
tencia de corrientes, que fluyen por el cuerpo social y
que afloran con fuerza en elecciones o manifestacio¬
nes inmensas, que ven en la rotura de la actual for¬
ma-estado 17 la apertura -de otro modo muy impro¬
bable- de caminos de cambio radical en el marco de
referencia socioeconómico de la sociedad catalana y,
de rebote, de la española.
Son corrientes que se inspiran en una voluntad di¬
fundida de radicalización democrática, aunque con¬
dicionada por cierto conformismo ideológico 18 . Sur-
17. - Y que estado: estamos hablando de el único de Europa occidental
que ha mantenido una continuidad institucional con la dictadura inicia¬
da en el 39.
18. - Me refiero por ejemplo al recorrido que va a llevar a la formulación
de la pregunta para el referéndum, traspasado a consulta, que finalmen¬
te se celebrara el 9N del 2014. “Quieres un estado catalán, si o no”. Si
es que SI, quieres que sea independiente de España, si o no?” Los votos
que contaban eran el SI-SI, el SI-NO y el NO-NO. No el NO -SI, que era
la formula que mas se habría procedido en un país de tanta tradición
libertaria y que se ha pasado media historia arreglándoselas sin y contra
estructuras estatales de todo tipo.
99
gen propuestas que pretenden superar la propuesta
de simple construcción de un nuevo pequeño estado,
réplica de los homólogos europeos, por la vía insti¬
tucional donde al pueblo le correspondería el papel
de buey que arrastra el carro y al gobierno el de gran
timonel. Propuestas que al mismo tiempo rechazan la
igualmente improbable, rígida y limitada apuesta por
una regeneración de las instituciones españolas.
Vivimos momentos clave. Con una sociedad que se
está despertando de la anestesia y que muestra cada
vez más capacidad de reacción, y ante un ataque sin
precedentes que nos quiere volver a un status quo de
inspiración medieval, es el momento de pensar salidas
diferentes.
Partiendo del presupuesto de que todas las opresiones
y formas de explotación que estamos sufriendo es¬
tán relacionadas y necesitan una respuesta tan global
como compleja.
“Pensar globalmente, actuar localmente”, el eslogan
que acompañaba las manifestaciones no global del
cambio de milenio puede acabar teniendo una plas-
mación muy interesante en el contexto catalán, con
un proceso de transferencia progresiva de poder de
decisión y autogestión hacia los ámbitos territoriales
más cercanos a la gente (municipios, distritos) proce¬
so mucho más ambicioso que la mediocre aspiración
100
a un nuevo estado inspirado en realidades como Sui¬
za, Andorra o similares, un proceso que implique a la
hora desvinculación de España y de las imposiciones
de los mercados, una oportunidad única de redefinir
las reglas de la vida social, la distribución de la rique¬
za, el modelo económico, la gestión del suelo. Una
oportunidad histórica para inventar nuevas formas de
hacer política, refundada en base a la participación
directa del pueblo, en oposición a la tradicional de¬
legación parlamentaria ahora agotada y desprovista
del contenido progresista que aún tenía en el siglo
pasado.
Un proceso capaz de trascender el encotillamiento
de la construcción de “nuevas estructuras de estado”
abriría escenarios inéditos, donde perdería todo pro¬
tagonismo y relevancia el interesado enfrentamiento
que escenifican desde hace décadas las élites políticas
españolas y catalanas. A la vez que abriría la posibili¬
dad de esquivar con mucha más eficacia las telarañas
de normas y acuerdos internacionales, tribunales, le¬
yes que aseguran el actual statu quo.
En definitiva un proceso de independencia desde aba¬
jo, desde los municipios, las asambleas territoriales,
el asociacionismo, un modelo que aprenda a beber
como fuente de inspiración de experiencias alejadas y
en situaciones extremas, pero justamente por eso de
grandísima creatividad y potencia, como las del zapa-
101
tismo en Chiapas o del confederalismo democrático
en el Kurdistán sirio. O de referencias históricas como
el municipalismo libertario.
Un proceso radicalmente alternativo al machacado
por las fanfarrias mediáticas que nos hablan día sí y
día también de plebiscitarias, legalidad constitucio¬
nal, consultas, estructuras de estado, sentencias del
Tribunal Constitucional, sentencias del supremo, me¬
didas recentralizadoras, amenazas variadas, acusacio¬
nes de expolio, del duelo de titanes entre presidentes
que de titánico sólo tienen la tendencia a hundirse,
un camino sin duda difícil pero desde luego no más
utópico que el promovido por la actual clase política
y por sus réplicas regeneracionistas. Y, por supuesto,
mucho más digno y justo.
LOS OTROS
El hecho de que el electoralismo desenfrenado
que se ha adueñado de amplios sectores de movimien¬
to haya comenzado a manifestarse cuando ni siquiera
habían pasado tres años de un ciclo de luchas caracte¬
rizado por el eslogan “nadie nos representa”, no pue¬
de obviamente explicarse con sumarias acusaciones de
oportunismo.
Ahora, en el mundo del activismo radical (del que, ay,
me considero integrante), todo son críticas a los elec-
toralistas, a los independentistas, a todos los -istas
que no sean anarquistas, críticas que olvidan aquello
tan simple de que, en política como en la materia,
los vacíos tienden a llenarse. Y, como suele ocurrir,
se termina por ignorar otras explicaciones, como la
prolongada incapacidad de los movimientos de arti¬
cular una propuesta y unas actuaciones alternativas
al sistema, desde bases populares y territoriales (los
barrios, los puestos de trabajo, los pueblos).
Quizás habría que empezar a reflexionar sobre por
qué, a pesar de los esfuerzos y las fuerzas ingentes
desplegadas, en tres años de protestas no se había lo¬
grado detener, ni siquiera contener, el tsunami neoli¬
beral: empobrecimiento de sectores sociales cada vez
103
104
más amplios, precarización salvaje del trabajo, recor¬
te en todos los aspectos del “estado del bienestar”,
más privatizaciones, drenaje de recursos y riquezas
públicas por parte de las franjas más ricas de la socie¬
dad. Incremento inaudito de las desigualdades, apari¬
ción de desnutrición infantil. Guerras.
Pocos movimientos habían alcanzado cierto grado de
eficacia, como la PAH, fascinante ejemplo de capaci¬
dad de articular formatos de lucha diversos a partir
de necesidades básicas. Y a la vez terreno donde el
margen de maniobra de recuperación por parte del
sistema es muy ancho, dada la escandalosa situación
que impera en España, con una banca rapaz y una
legislación pensada para servirla. Una situación que
hace que el camino que debe recorrer un movimiento
popular para alcanzar una situación “normal”, en el
derecho a la vivienda, sea largo y tortuoso y poco fa¬
vorable al desarrollo de propuestas subversivas.
En este contexto el recurso de las urnas puede parecer
honestamente una salida, sobre todo si es pensado en
clave municipal, posibilidad de abrir nuevas grietas,
aunque sea inspirándose arriesgadamente en el mode¬
lo “toma del palacio de invierno” 19 .
19.- Episodio emblemático de la revolución Rusa, sirve para referirse al
momento de inflexión en el que las fuerzas revolucionarias tumban el
régimen preexistente.
105
Porque por el otro lado, el de los movimientos, no
hay, hay que admitirlo (fuera de unas cuantas, tan
interesantes como aisladas, reflexiones individuales
o de pequeños sectores) una propuesta compartida y
articulada que integre una lectura autónoma de la si¬
tuación actual, un análisis de la composición de clase,
de las relaciones de fuerzas entre los diversos actores,
una hoja de ruta que ponga en común entre las diver¬
sas mareas y campañas tanto los objetivos a corto,
medio y largo plazo, como las herramientas, los cana¬
les, los terrenos de lucha, las formas organizativas, los
mecanismos que permitan alcanzarlos.
Básicamente atrapados en un activismo reactivo, nos
limitamos en efecto a intentar detener la lluvia de
ataques contra las pocas y precarias posiciones que
habíamos alcanzado y considerábamos ya definitiva¬
mente adquiridas.
Del mismo modo que hay una falta de definición clara
de lo que se pretende y se podrá hacer una vez en las
instituciones (¿caballo de Troya o fuerza de gobierno?
¿transformista o rupturista? ¿rupturista cómo y con
quién? Etc.) por parte de nuevas candidaturas y parti¬
dos, tenemos, en las movilizaciones sociales, un grave
problema de cortoplacismo y también de indefinición
de los interlocutores o del adversario.
106
Y así, en definitiva y muy a menudo, sucede que las
manifestaciones, las marchas, las ocupaciones simbó¬
licas, las iniciativas legislativas populares no acaben
haciendo otra cosa que legitimar como interlocutores
o, peor aún, como mediadoras, las instituciones.
Los movimientos, al igual que las nuevas candida¬
turas, centran demasiado a menudo sus discursos en
la denuncia de la corrupción, en el reclamo de una
legalidad idealmente entendida como defensa de los
débiles contra los poderosos, en la necesidad de “fre¬
nar”, “limitar” la naturaleza depredadora y voraz del
capital. Como si las leyes de la economía capitalista
fueran condicionadas o condicionables por conside¬
raciones éticas o morales.
Las mareas, imponente y digna respuesta a los ata¬
ques de gobiernos y patronales a la sanidad y educa¬
ción públicas y a la cultura, no cuajan a la hora de
erigirse en alternativas, profundizando en la crítica y
en la determinación de una idea propia y popular de
salud, educación y cultura.
El actual sistema sanitario, en efecto, ciertamente
universal y gratuito, se basa en una concepción de la
medicina que nos expropia del control de nuestros
cuerpos. En la erradicación de prácticas de cuidado
ancestrales, de una visión más holística y compleja de
la salud, entendida no sólo como ausencia de enfer-
107
medad. No hay que olvidar tampoco que del actual
sistema ya se nutre el capital privado, con la industria
farmacéutica que empuja a la medicalización de cada
vez más manifestaciones de vida, o la apropiación por
parte del capital, vía patentes, de los conocimientos
de otros pueblos e incluso de formas de vida vegetales
y animales.
Así como no hay que olvidar qué representa la escuela
en una sociedad, con sus funciones de preparadora
y conformadora de mentes y comportamientos. O el
papel de las universidades, que ya desde hace tiempo
someten sus líneas de investigación al logro de objeti¬
vos enmarcados en los parámetros ideológicos domi¬
nantes, cuando no directamente a los intereses de las
grandes industrias.
Y en cuanto a la cultura necesitamos más que nunca
reflexionar colectivamente sobre la capacidad mons¬
truosa que ha desarrollado el sistema de recupera¬
ción, resignificación, y finalmente explotación de casi
de todas las manifestaciones de creatividad individual
y colectiva. Algo de infinitamente más grave que una
subida brutal del IVA sobre los espectáculos teatrales.
La misma ausencia de radicalidad que aflige estas re¬
acciones sectoriales a la ola neoliberal se puede de¬
tectar en la práctica totalidad de movilizaciones y
protestas, como las campañas contra la pobreza ener-
108
gética, contra la exclusión social, contra el racismo
institucional de las políticas de inmigración.
En todos estos ámbitos los planteamientos de defensa
de derechos no acaba de madurar en la formulación
de propuestas rompedoras, basadas en las ideas de
cambio de modelo económico, de imposición radical
de la propia autonomía organizativa.
No son aspectos menores las incongruencias indivi¬
duales y colectivas que lastran estos movimientos, ta¬
les como promover soluciones individualizadas (y a
menudo nada sostenibles ) 20 o que vuelven a delegar
en el estado la suavización de los efectos más brutales
de la reestructuración capitalista (como por ejemplo
las propuestas, que dejan intactos el mecanismo de
apropiación de la riqueza colectiva por parte de mul¬
tinacionales y grandes empresas, de hacer pagar a las
administraciones las facturas de luz y servicios de las
víctimas de cortes de suministro, o de distribución de
cheques para alimentos a las familias más empobre¬
cidas).
Y podríamos continuar, con luchas de fuerte compo¬
nente radical que pero no encuentran encaje con la
dimensión general de agitación social, como las resis-
20.- Militantes antielectricas que pinchan la luz de la casa y tienen con¬
sumos equivalentes al de centenares de familias africanas.
109
tencias de Gamonal y Can Vies o las diversas batallas
laborales o de migrantes 21 .
O con la galaxia de iniciativas encaminadas a cons¬
truir espacios de autogestión, con cooperativas de
todo tipo, medios de comunicación libres, comunas
rurales, colectivos de apoyo mutuo, monedas sociales
y un larguísimo etcétera.
Es como si la gente, cuando se organiza para luchar,
no creyera en sus fuerzas y capacidades de auto re¬
presentación e, incluso cuando de manera explícita
rechaza el principio de la delegación, en la práctica
rara vez crea o aspira a crear organización propia con
el fin de ejercer contrapoder y autogestión reales. Es
cierto que los principales esfuerzos del sistema van
dirigidos precisamente a impedir la concreción de este
tipo de estrategia. Basta mirar su eficacia en instilar
en nuestro pensamiento la idea de que no vivimos en
un régimen autoritario. Idea que nos lleva a menudo
a infravalorar uno de los ejes básicos del proyecto de
reestructuración capitalista: la represión.
Error de análisis que nos lleva a hacer manifestacio¬
nes para quejarnos de que no nos dejan manifestar: en
cada ocasión una nube de esbirros lleva a pasear a los
21.- Una excepción, en parte, es el ciclo iniciado hace unos años, inspi¬
rado en la nueva cultura del agua, portadora de replanteamientos pro¬
fundos de los usos de este recurso.
110
manifestantes como un rebaño, los identifica, los mul¬
ta, y cuando le da la gana los carga. Es evidente que
hoy derechos como el de reunión y manifestación, así
como el de huelga o de expresión, se han convertido
en entelequias, actos que se permiten sólo en la medi¬
da en que no molestan a nadie, es decir, si no sirven
para nada. Y paradójicamente nosotros nos empeña¬
mos en hacer ver, con nuestra actitud, que siguen exis¬
tiendo y que deben defenderse, en lugar de empezar a
actuar de manera adecuada al contexto real. Que no
es otro que una nueva forma de dictadura donde estos
derechos ya hace tiempo que han desaparecido 22 .
Otro problema es que seguimos instalados en la idea,
también instilada a lo largo de décadas de presun¬
ta democracia, que las organizaciones de la sociedad
civil tienen y deben cumplir el papel de estímulo, de
apuntador, de avalador del trabajo de partidos y ad¬
ministraciones, no de protagonistas.
Todos los cambios intervenidos en la sociedad con la
irrupción de las nuevas tecnologías y las transforma¬
ciones productivas y sociológicas parece que sólo ha¬
yan servido para proponer integraciones tecnológicas
del mismo concepto ( e-democracy).
22.- Tomamos el de la huelga, herramienta de lucha por excelencia de
los trabajadores, limitado y encogido por la imposición de la practica
de los “servicios mínimos” y la criminalización y persecución de los
piquetes y de toda serie de condicionamientos legales y administrativos.
111
Cierto que, por otra parte, se han conseguido mu¬
chas cosas hasta ahora en el terreno de las ideas, de la
apertura de espacios de debate social, la creación de
un nuevo tejido organizativo y relacional.
Se ha trabajado mucho y los resultados se notan en el
campo de la “sensibilización”: mucha gente simpatiza
con los movimientos anticapitalistas y cada vez más
gente identifica correctamente los responsables del
actual desbarajuste socioeconómico-ecológico plane¬
tario.
También en cuanto a la tarea propositiva hemos avan¬
zado como movimientos, aunque la principal conclu¬
sión, más valiente e innovadora es que no tenemos LA
solución, ni siquiera LAS soluciones: ante un mundo
complejo y diverso nuestra “receta” consiste simple¬
mente en la búsqueda de caminos comunes que des¬
de el respeto, la solidaridad y algunas grandes ideas
compartidas (justicia, libertad, solidaridad) permitan
encontrar una multitud de soluciones a nuevas y vie¬
jas injusticias. Dicho de otro modo: a diferencia de
los profetas neoliberales y los viejos (y nuevos) “libe¬
radores de pueblos”, gran parte del activismo social
ya no pretende aplicar fórmulas únicas y mágicas, vá¬
lidas para todos los problemas (fórmulas que tienen
la engorrosa tendencia a generar clases de iluminados
y fanáticos).
112
Donde no hemos avanzado mucho es en el terreno de
los medios. Ni a nivel práctico ni teórico.
¿Hay que demostrar al mundo que somos buenos y
cargados de razón, dispuestos a sacrificarnos, a ha¬
cer ayunos, a dejar que nos peguen, nos insulten, nos
multen, se rían de nosotros? ¿Hay que convencer a
los poderosos de que están equivocados y que deben
cambiar porqué lo que hacen no está bien? ¿Conven¬
cer a todos de nuestras razones para que el pueblo
entero -bien convencido- haga finalmente no se-se-sa-
be-muy-bien-que (con el peligro de que llegado el mo¬
mento el “pueblo” demuestre poca delicadeza, como
ocurrió en Francia en 1789)?
Personalmente, detrás de ambas posiciones - las elec-
toralistas y las movimentista ejemplarizantes -, veo
muchos más puntos en común que diferencias: son
testimoniales, didácticas y fuerza repelentes. Y obvian
sistemáticamente el núcleo central de cualquier lucha.
Núcleo que no se ha escapado nunca los gandhis y
lenines, a malcoms x y martins lutber kings: el de las
relaciones de fuerza. O de poder.
No niego que sea necesaria la implicación de un ma¬
yor número de personas en un proceso de transforma¬
ción de la sociedad, niego que la palabra evangeliza-
dora o el gesto alocado de la vanguardia radical sean
la manera más adecuada para conseguirlo.
113
No es ningún asunto baladí: hoy en día el problema
no es exactamente convencer a la gente que vivimos
en un mundo injusto y controlado por unos egoís¬
tas irresponsables, porque la gente eso ya lo sabe. Y
ni siquiera que hay alternativas posibles: la gente se
lo imagina. El gran problema es COMO pasar de un
mundo injusto e insostenible al otro mundo posible.
Si no buscamos una respuesta práctica a este COMO
nos seguiremos estrellando contra la pared del fata¬
lismo: está todo fatal y no hay nada que hacer porque
son demasiado fuertes, demasiado poderosos o noso¬
tros demasiado débiles o demasiado imbéciles o...
La gente también necesitamos metas reales para mo¬
tivarnos. Necesitamos saber que lo que hacemos sir¬
ve para algo. No es casualidad que las campañas de
solidaridad caritativas tengan tanto éxito, y no sólo
como herencia de una cultura cristiana, sino simple¬
mente porque en general pensamos que es mejor un
plato de arroz hoy, que una revolución planetaria la
generación que viene. Y es por esta misma razón que
hay gente que tira piedras: más vale un vidrio de Me
Donald’s roto hoy que un tribunal condenando den¬
tro de cien años los directivos de la empresa por vio¬
lación de los derechos laborales, de la naturaleza y de
la gastronomía.
114
Ni el plato de arroz ni la pedrada ayudan mucho -más
bien a menudo prolongan agonías y crean más pro¬
blemas-, pero en lugar de censurar la gente que actúa
de esta manera podríamos buscar vías que permitan
realizar su deseo legítimo de “ver resultados”. Y tene¬
mos a disposición herramientas para hacerlo, herra¬
mientas que forman parte de nuestra cultura revolu¬
cionaria y que pueden acoplarse a las nuevas.
Pero para conseguirlo deberíamos abandonar viejos
vicios...
Todo para el pobre pero sin el pobre
Una actitud común y transversal a todos los sec¬
tores que aspiran a erigirse en vanguardias del pueblo,
tanto vía urnas y medios de comunicación como vía ba¬
rricada, es la olímpica indiferencia con que abordan la
realidad de la auto organización social. Sí, porque, ¡oh
sorpresa!, la sociedad que hay que rescatar, educar, guiar
y liberar ya tiene unas formas y estructuras organizati¬
vas propias, generadas por ella misma.
Eso sí: todos, desde el alcalde convergente al redac¬
tor de la Directa, gustan recordar que Barcelona tiene
un rico tejido asociativo, con más de 3000 entidades
registradas y quién sabe cuántas de informales. Pero
mencionan el dato como una peculiaridad sociológica
que, en un caso, sirve para mantener en vida tradicio¬
nes que son un buen reclamo turístico, y en el otro
para recordar el antiguo espíritu libertario de la vieja
“Rosa de Foc”.
No conozco a nadie, entre los numerosos intelectuales
orgánicos, activistas, pensadores y teóricos de las vie¬
jas y nuevas izquierdas o de las ni-izquierdas-ni-de-de-
rechas, que haya planteado la necesidad de articular
cualquier propuesta de cambio, más o menos radical,
115
116
a partir de un reconocimiento político y práctico de
esta realidad.
Y sin embargo lo lógico sería que cualquier discurso
de empoderamiento social, tanto si se trata de parti¬
cipación entendida como formalidad, como de expe¬
riencias de democracia directa, debería tener muy en
cuenta esta situación de partida.
Si lo hiciéramos tal vez descubriríamos que todo es
más sencillo de lo que parece: basta dejar de buscar
las respuestas en el acierto político de algunos sal-
va-patrias o en la sabiduría de nuevos comités centra¬
les, e ir a revolver en el baúl de nuestra misma historia
y de nuestras prácticas colectivas.
Aprendamos a abrir bien ojos y oídos para escuchar y
observar la sociedad que pretendemos salvar.
Que, en nuestro caso, es nada menos que un cuerpo
complejo que desconfía históricamente del Estado,
amo y señor, y que prácticamente desde siempre se
las ha tenido que ingeniar para resolver todos y cada
uno de los problemas que caracterizan la vida colec¬
tiva. Creo que son muy pocos los países de Europa
donde la gente tenga una tendencia tan pronuncia¬
da a asociarse para resolver todo tipo de cuestiones
(educación, sanidad, gestión del territorio, funerarias,
mutuas) o llevar a cabo todo tipo de actividades, des-
117
de danzas tradicionales a las corales, desde el excur¬
sionismo a pie o en bicicleta a los deportes de todo
tipo, desde las actividades heredadas de la cultura
de los padres, como los castells, diables, trabucaires ,
grupos de danza, balls de bastons, gigantes, etc., has¬
ta fiestas de potencia telúrica como la Patum .... El
cooperativismo se extiende por todos los ámbitos de
la economía, hay monedas sociales, finanzas éticas,
experiencias educativas libertarias, centros sociales
gestionados por la gente de los barrios. Están el anti¬
militarismo, las universidades libres. Y también coor¬
dinadoras antifascistas, feministas, anti-patriarcales.
Organizaciones de solidaridad intemacionalista con
todos los pueblos oprimidos del mundo. El ecologis-
mo, desde las campañas contra el fracking o la ener¬
gía nuclear hasta la proliferación de huertos urbanos.
Luchas contra la represión, por la recuperación de la
memoria histórica o por la reapropiación de la ciudad
como ámbito de vida social y no como espacio mer-
cantilizado. Experiencias de comunicación alternati¬
va. Bancos del tiempo. Comedores sociales. El slow
food. Pueblos en transición y el decrecimiento. ONG
para el desarrollo, innumerables campañas contra las
guerras. El referéndum popular para la abolición de
la deuda externa. Los grupos de apoyo a zapatistas,
saharianos o palestinos. Los europeístas contrarios a
la Europa del capital. Las asambleas de indignados y
las huelgas generales. La Plataforma de Afectados por
118
la Hipoteca. El juicio popular y continuo a la banca y
el sistema financiero.
Son las formas que nuestra sociedad, aquí y ahora,
tiene para participar en la definición del marco de
vida colectiva. A menudo, más bien casi siempre, son
manifestaciones carentes -más que de una visión de
conjunto- de capacidad de articularse entre sí en un
proyecto de gobierno desde abajo. Pero ¿quien dice
que no dispongan del potencial que les permitiría
para alcanzar este estadio?
Enfocar la atención en las formas de auto organiza¬
ción de las que se ha dotado la sociedad (con todas
sus limitaciones y condicionantes, por supuesto) nos
ahorraría en gran parte el trabajo de buscar a diestro
y siniestro sujetos que configuren nuevas asambleas
populares constituyentes: tendríamos suficiente con
la creación de espacios donde las organizaciones o es¬
pacios organizados actuales, formales o informales,
puedan ejercer como sujetos políticos activos.
En Cataluña, la tradición del construir estructuras so¬
ciales en paralelo, eludiendo o ignorando el enfrenta¬
miento con las oficiales, ha sido y es un recurso pode¬
roso, debilitado pero no eliminado, por la aparición
de instituciones “nuestras” en el posfranquismo.
119
Sin duda es legítimo pensar que en una sociedad tan
sofisticada como la actual todo esto ya no sea sufi¬
ciente. Pero no perderíamos nada por intentarlo.
El diseño compartido de una nueva estrategia revolu¬
cionaria, podría empezar por un simple “censo” del
archipiélago de organizaciones sociales, acompañado
por una tarea de “identificación de buenas prácticas”.
Es decir de todas aquellas soluciones, prácticas y teó¬
ricas, que la inteligencia colectiva ha producido a lo
largo de décadas, con una serie de ejemplos de auto¬
gestión, de apoyo mutuo, de auto organización, de
gestión comunitaria de espacios 23 .
Y no sólo por un planteamiento ideológico, sino por
simple sentido común y eficacia: hoy el conocimiento
ya no se concentra en la figura de los asesores o en cír¬
culos académicos, sino que se halla difuso en el cuer¬
po social, cristalizándose en multitud de experiencias.
Es la sociedad la que tiene la respuesta para todos y
cada uno, prácticamente, de los retos que se nos plan¬
tean en la actualidad. La sostenibilidad ecológica de
23.- Por mucho que nos digan que el dinero y las leyes de mercado
ocupan cada instante de nuestras existencias la verdad es que como
individuos y grupos (familiares, vecinales, de afinidad, de intereses)
dedicamos la mayoría de nuestras energías a actividades que salen de
los esquemas y reglas de la oferta y la demanda, que no se monetizan.
Apoyo mutuo, autogestión, creación colaborativa, etc. Y también a las
imponentes demostraciones de capacidad logística con las macro mani¬
festaciones por la independencia o contra la guerra.
120
una ciudad, la salud, la educación en el manejo de las
nuevas tecnologías, el urbanismo, la economía (enten¬
dida como satisfacción de las necesidades de la gen¬
te), la cooperación internacional, el apoyo a personas
marginadas, son miles las expertas que día a día ela¬
boran proyectos, propuestas y resuelven situaciones.
Y, un elemento más, a menudo obviado pero de im¬
portancia capital: es en la sociedad donde reside la
capacidad de forzar las barreras legales o los mil obs¬
táculos que el sistema opone a cualquier cambio que
cuestione su continuidad. Un pequeño ejemplo: pon¬
gamos que un ayuntamiento, o una comunidad autó¬
noma apueste, hoy en día, por la gratuidad universal
de algunos servicios esenciales como el acceso a Inter¬
net. De inmediato intervendrían autoridades estatales
o supranacionales que, con el apoyo de tribunales y
en nombre de la libre competencia, y bajo la amenaza
de multas u otras sanciones, abortarían el intento.
Mucho más complicada sería la labor de los defen¬
sores de las privatizaciones si la protagonista de la
iniciativa fuera una red difusa de ciudadanía que ges¬
tionara, vía producción o vía reapropiación, la pres¬
tación de estos servicios.
Tenemos organización, conocimientos y fuerza, falta,
para dotar de potencia rupturista esta realidad, subir
un par de peldaños más.
121
Uno es la conciencia de la necesidad de una fase desti-
tuyente que, mediante la desobediencia, el sabotaje, el
boicot y en general la desafección hacia los postulados
y valores hegemónicos, permita conseguir, más allá
de la dimensión simbólica, un bloqueo del sistema,
al menos en sus mecanismos más nocivos: drenaje de
recursos por parte del capital, represión, destrucción
ambiental y control de los espacios de comunicación.
En el otro, la fase constituyente, se manifestaría la
voluntad explícita de coordinación y apoderamiento
del entramado de auto organización social. Siguiendo
una tendencia que ya hace tiempo se está imponien¬
do de forma espontánea en nuestras sociedades: una
modificación sustancial del concepto de organización
que cada vez más se identifica con la forma red, con
la dimensión comunicativa.
La red por definición es horizontal, interconectada de
manera no jerárquica, no requiere mediación. Por sí
misma no es, como no lo era la forma partido, la res¬
puesta a las exigencias de reapropiación colectiva del
poder de decisión, pero sí que se presta, más que las
formas organizativas tradicionales, a la consecución
de unos objetivos de democracia directa.
El trabajo político del mundo antagonista hoy debe¬
ría por tanto consistir en promover la necesaria for¬
mación y entrenamiento en el terreno de la comuni-
122
cación, entendida globalmente como frecuentación,
conocimiento y manejo compartido de las ágoras co¬
munes, sean espacios físicos o medios de comunica¬
ción de masas.
En primer lugar, por coherencia con los planteamien¬
tos de devolución (gradual, ya que es necesaria una
fase de reeducación, de cambio cultural enfocado a la
autogestión como base de una nueva cultura política)
de todo el poder al pueblo, y en segundo lugar porque
una fragmentación de los espacios de ejercicio de la
autodeterminación dificulta la respuesta del estado o
la adopción de una estrategia concreta de neutraliza¬
ción de las luchas.
Un proyecto político realmente ambicioso hoy impli¬
ca “ser una parte” de la sociedad crítica de la ciudad.
Significa mirar, escuchar a la sociedad, identificar las
“mejores prácticas”, construir a partir de ellas, colec¬
tivamente, una estrategia/programa político que hay
que someter a debate, a discusión en cada momento.
Aportar nuestras propuestas y conocimientos, nues¬
tras capacidades, interactuando dialécticamente con
los diversos grupos y sectores sociales. Abandonan¬
do la práctica habitual de la instrumentalización que
a veces nos lleva a dirigirnos a las asociaciones ve¬
cinales, a las entidades del barrio sólo para pedirles
solidaridad cuando tenemos algún problema, o para
pedirles colaboración cuando tenemos que redactar
123
programas electorales. Nunca, en general, a conside¬
rarlas expresiones reales de auto organización social,
potencialmente depositarlas del derecho a intervenir
en la gestión de lo público con voz y voto. Demasiado
a menudo, cuando hablamos de sociedad, nos refe¬
rimos a una masa indistinta de individualidades que
ocasionalmente se agrega, pero que debe ser gestiona¬
da y dirigida por organismos separados, sean partidos
clásicos, candidaturas que salen de alianzas entre par¬
tidos, o vanguardias revolucionarias diversas.
Apostar por un cambio realmente radical hoy tam¬
bién significa redescubrir formas organizativas tradi¬
cionales del cuerpo social que se adecúan con natura¬
lidad a las estructuras en red.
Lucha
Es hora también de rescatar palabras y concep¬
tos usados, abusados y a menudo secuestrados: como
radicalismo -que significa ir a la raíz-, deber de sub¬
versión -actitud necesaria en cualquier acto de creati¬
vidad-, revolución -cambio profundo de modelo social
y ruptura del statu quo-. Y finalmente lucha. Palabra
bajo permanente sospecha y censurada, criminalizado
cuando lleva aparejado el adjetivo “armada”, pero in¬
dispensable para describir cualquier proceso dirigido a
hacer tambalear el statu quo.
En un mundo dividido entre dominados y dominado¬
res los cambios llegan sólo cuando hay modificación
en las relaciones de fuerza. La protesta, la denuncia,
la queja son fases previas, necesarias pero insuficien¬
tes en la resolución del conflicto que siempre surge
cuando alguien decide no aceptar la opresión, la ex¬
plotación o la represión.
Las relaciones de fuerza se modifican únicamente
con la lucha. Entendida en el sentido más estricto, de
contienda donde te enfrentas con un enemigo que te
quiere derrotar y que tú quieres vencer. Hay por tan¬
to que estudiar al enemigo, que es multiforme, hecho
de estructuras, convicciones, personas, mecanismos y
125
126
sectores sociales, hasta localizar sus puntos débiles y
vitales. Hay que comprender a fondo la naturaleza
del enemigo en un combate.
Así como hay que aprender a utilizar con eficacia las
fuerzas y características propias. Entrenarlas y au¬
mentarlas. Empezando por la aptitud psicológica a
un enfrentamiento que tiene para los dos bandos el
mismo objetivo: preservar al máximo la propia inte¬
gridad infligiendo el máximo daño posible al adversa¬
rio para debilitarlo.
Ahora bien, no podemos caer en la trampa de creer
que la fuerza del adversario nace de la adhesión de
las mayorías o del miedo (error, hijo de la rendición
al cuento de la democracia representativa, que lleva
a pensar que si sacamos mayorías o hacemos perder
el miedo a la gente ya tenemos la partida ganada). Su
fuerza es militar, es ideológica, es económica y “sis-
témica”, es decir basada en la existencia de una serie
de grandes y pequeños mecanismos y dinámicas, que
se producen y reproducen en diferentes niveles y con
diversas intensidades.
En otras palabras: el sistema es fuerte porque funcio¬
na. Funciona, claro está, para mantenerse a si mismo,
creando ideología, convicciones, emociones, atadu¬
ras, temores, esperanzas, deseos. El poder no es una
losa que tenemos encima, ni un ejército que tenemos
127
delante, es un engranaje. Y una buena manera de lu¬
char contra los engranajes es trabarlos.
Es buena norma, en un lucha, intentar llevar el con¬
trincante a un terreno que sea más favorable para ti y,
si no puedes, intentar eludir el combate o no desgas¬
tarse demasiado. Aplicado a lo que nos ocupa, unos
terrenos que no nos son nada favorables son el insti¬
tucional y el judicial, donde en cambio en la actuali¬
dad estamos vertiendo casi todos los esfuerzos.
Hay que conocer bien, estudiar a fondo las tácticas
del enemigo e intentar ocultar las propias. En esto la
dispersión y la diversidad pueden ser una gran arma,
siempre que aprendamos a usarlas como tales, sin
verlas como una limitación.
¿Cuántas veces hemos oído letanías lloronas sobre la
falta de unión de las izquierdas, sobre divisiones que
refuerzan el enemigo? Y sin embargo todas las gran¬
des movilizaciones que han marcado las últimas dé¬
cadas, desde la antiglobalización al 15-M, han puesto
de manifiesto el potencial inmenso que hay en el reco¬
nocimiento explícito de las diferencias como elemen¬
to natural y positivo de unas luchas.
Las grandes concentraciones de cambio de siglo y de
milenio alrededor de las cumbres de poderosos esce¬
nificaron bastante bien esta nueva manera de inter-
128
pretar el concepto de alianzas: desde los cristianos a
los black bloc, desde los sindicalistas a las feminis¬
tas, desde los campesinos franceses y colombianos a
los ecologistas, todo el mundo tenía su lugar, con sus
objetivos y sus formas de actuación, en el asalto a
las reuniones blindadas del capital internacional. En
Génova el estado italiano se encargó de acabar con
aquella experiencia con una exhibición de brutalidad
indiscriminada, llegando a matar, torturar, secuestrar.
Es la manera que tienen los poderes de atajar los con¬
flictos cuando se convierten en peligrosos. Tal vez fue
una ingenuidad de aquel movimiento no preverlo.
Pero este es otro problema: nosotros, los pueblos, so¬
mos ingenuos y buena gente... y tenemos tendencia a
olvidar que estamos metidos en una guerra. Una gue¬
rra que no hemos declarado y que nadie nos ha decla¬
rado, que es de intensidad variable, según las latitudes
y los momentos. Que ni siquiera recibe el nombre de
guerra. Pero que lo es porque esconde dosis inauditas
de violencias y destrucciones, porque tiene como ob¬
jetivo la derrota de unos y la victoria de otros.
Tenemos que volver a pensar en términos de lucha,
como siempre se ha hecho en los movimientos revo¬
lucionarios. Lucha de clase era un concepto esclarece-
dor y perfectamente adecuado a la realidad de nuestro
mundo, no entiendo como hemos podido abandonar¬
lo con tanta facilidad.
129
Nos ayudaría a resituarnos, a abandonar las actitu¬
des apostólico-publicitarias que marcan gran parte de
nuestro activismo. En una guerra no estás para hacer
exhibiciones, ni para lucir armas, ni para hacerte el
mártir, ni tampoco tiene mucho sentido quejarse todo
el rato de la violencia del contrincante. Estás para
atacar, defenderte, retirarte, buscando la máxima efi¬
ciencia y ahorro de fuerzas.
Exactamente lo contrario de la filosofía que inspira la
casi totalidad de nuestros movimientos en la actuali¬
dad: todas y cada una de nuestras actuaciones deben
costar sudor y lágrimas, implicar esfuerzos, inversión
de tiempo, de dinero, de energías mentales y físicas,
deben implicar exposición, aunque sea vía multas, a
la represión, al estrés. Y todo ello separado del obje¬
tivo, del resultado que se busca. Es más, en general el
objetivo no pasa de ser la acción misma: la manifes¬
tación, la concentración, la recogida de firmas, la ILP,
el medio comunitario, el centro social, la campaña de
denuncia, ahora las elecciones. Plantear una iniciativa
que tenga el objetivo de entorpecer los mecanismos
y las dinámicas de producción económica o de con¬
trol social con el mínimo esfuerzo y riesgo posibles se
considera una rebaja inadmisible de este principio de
expiación preventiva que al parecer ha de inspirar los
actos de todo buen militante o activista.
130
Un ejemplo entre muchos: como respuesta a la táctica
policial de identificaciones masivas, antes y después
de las manifestaciones, un colectivo propone una ini¬
ciativa muy sencilla: hacer una llamada para que la
gente se “olvide” la documentación en casa antes de
ir a una concentración. La ley en esta democracia de
pacotilla te obliga a enseñar tu DNI a cualquier po¬
licía que te lo pida, pero aún no están penalizadas
la distracción o la amnesia. Individualmente por lo
tanto no te arriesgas a acusaciones de desobediencia
(o por lo menos te puedes defender) y colectivamen¬
te en cambio revientas la táctica policial, ya que las
identificaciones plantearían graves problemas logísti-
cos (pueden llevarse a comisaría unas decenas de per¬
sonas con el fin de identificarlas, pero no miles). De
hecho en la primera concentración pública convocada
bajo esta consigna los mossos de escuadra no pidie¬
ron la documentación a nadie. Es decir fue una acción
eficaz... Que no tuvo continuidad, ya que para unos y
otros le faltaba el componente necesario de “compro¬
miso” o de “mensaje”.
ILP contra las nucleares, campaña contra el tráfico de
armas ligeras, campañas contra la pobreza energética,
contra la ley mordaza, contra las pistolas Taser...
Son muchas las movilizaciones que tienen como prin¬
cipio fundamental la ley innatural del máximo esfuer¬
zo y del mínimo resultado.
131
Y no se escapan de esta desgraciada tendencia mu¬
chos de los partidarios de la acción directa, que bien
mirado tampoco suele serlo mucho (directa), sino más
bien propaganda que busca ejemplaridad, expresión
de la rabia, difusión mediática y espectacularizada
de un mensaje 24 . Siempre, eso sí, procurando forzar o
facilitar detenciones, denuncias, identificaciones que
dan lugar a su vez a interminables campañas antire¬
presivas, con búsqueda desesperada de dinero, abo¬
gados, manifestaciones para exigir la libertad de, re¬
cogida de firmas para pedir el indulto para, cafetas,
charlas, concentraciones, manifestaciones, acciones
en solidaridad con.
Emblemático es el caso de la pobreza energética, sim¬
ple consecuencia de la apropiación de un servicio y de
infraestructuras públicas por parte de empresas ra¬
paces que hacen pagar precios abusivos, con el noble
objetivo de repartir el máximo de dividendos posibles
entre bancos y fondos buitres accionistas y escandalo¬
sas retribuciones a sus cómplices políticos (González
y Aznar entre muchos otros).
El objetivo para un movimiento revolucionario o de
radicalización democrática -lo que más guste- debería
ser la socialización de las infraestructuras de produc-
24.-No es lo mismo quemar un contenedor para hacer una barricada o
para crear un escenario con humos y llamas.
132
ción y distribución de gas, electricidad (además del
agua). Y no lo es, ya que todo lo que sale del mag¬
ma movimientista son planteamientos de los tipos
que podríamos llamar “reserva india” (me monto mi
chiringuito cooperativa de operación y producción
de electricidad y si tengo suerte llego a cubrir el 7%
del mercado), “te lo arreglo desde arriba” (gano las
elecciones y expropiaré las compañías... o si no me
dejan les pongo las condiciones que queremos, y si no
me dejan voy a los tribunales), “me las arreglo desde
abajo” (pincho la luz, obviamente a escondidas, por¬
que tengo un colega que sabe y consumo a todo trapo
pasando en estéreo del calentamiento global, de picos
de petróleo y de otras bagatelas) o “pido que me lo
arreglen” (monto una plataforma y protesto pidiendo
que las administraciones paguen la factura de las fa¬
milias necesitadas).
Planteamientos que son consecuencia inexorable de
una asombrosa obstinación en querer continuar pen¬
sando soluciones sin salir del marco que origina los
problemas, es decir el sistema socio-político-económi¬
co capitalista.
En otras épocas y lugares este terreno (de la cobertu¬
ra de necesidades básicas) recibía por parte de las iz¬
quierdas bien otra atención política. Las batallas que
se llevaban a cabo tenían objetivos ambiciosos: atacar
la acumulación de beneficios de las empresas, repar-
133
tir la riqueza, ejercer control popular sobre recursos
estratégicos. Y las formas de lucha se adecuaban a
los objetivos: las autorreducciones, es decir la defi¬
nición por parte de la gente del “precio justo” de la
electricidad, la telefonía o el transporte, con la nega¬
tiva masiva a pagar los recibos, la resistencia a la re¬
presión (con piquetes y concentraciones que echaban
inspectores y técnicos enviados por las empresas), la
solidaridad y el apoyo mutuo (equipos de electricistas
restablecían los suministros a las víctimas de cortes),
hasta las represalias contra responsables de agresio¬
nes especialmente odiosas, fueron durante años una
réplica efectiva de amplios sectores sociales a los in¬
tentos de hacernos pagar en exclusiva los costes de las
sucesivas crisis.
Es sorprendente que a ninguna organización social, ni
las más escoradas hacia la izquierda del espectro polí¬
tico, le venga a la cabeza que la única manera de per¬
turbar drásticamente la actual situación de oligopolio
en campos estratégicos de la economía y de nuestras
vidas colectivas, es intentar cortar el flujo de esta inin¬
terrumpida transfusión de riquezas y recursos hacia
las venas insaciables de multinacionales.
Guerrilla
Desde siempre en los conflictos, cuando uno de
los bandos muestra una evidente superioridad en medios
y tropas, el adversario con menos recursos ha usado la
guerrilla. En lugar de grandes batallas campales, ya sean
electorales o laborales, escaramuzas, emboscadas, ata¬
ques a la retaguardia. En lugar de la muerte del mayor
número de enemigos, el debilitamiento de sus líneas de
aprovisionamiento. En lugar de asaltos heroicos, des¬
trucción de sus infraestructuras.
Se trata de desgastar el ejército ocupante, obligándole
a perseguir fantasmas, a consumir fuerzas en perse¬
cuciones infructuosas o en el control de un territorio
que debe sentir hostil. De esquivar sus golpes para
desequilibrarlo. Huir, desaparecer y volver a aparecer
donde menos se lo espera.
La táctica de guerrilla encaja a la perfección con la
naturaleza de nuestros movimientos: líquidos, sin
direcciones centralizadas ni cabezas visibles, pueden
hostigar al adversario en cualquier lugar o momento,
sabotear las comunicaciones del sistema, inquietar y
debilitar la lealtad de sus defensores.
135
136
Pueden emplearse todo tipo de armas: la presión en
la calle, la presencia en las instituciones, la desobe¬
diencia civil, el boicot, el sabotaje... para lograr todo
tipo de objetivos. Recuperar parte del botín que el
enemigo ha ido acumulando, desmoralizar sus tropas,
reducir las complicidades con que cuenta en el territo¬
rio, infligirle pérdidas tales que le obliguen a retirarse
de los territorios conquistados.
Muy muy recomendable es la entrada que a este con¬
cepto dedicó la Enciclopedia Británica en 1929 y que
fue redactada por T. E. Lawrence (de Arabia). Espe¬
cialmente relevantes son las páginas dedicadas al gue¬
rrillero, sus motivaciones, su manera de relacionarse
con la lucha y los otros combatientes.
Conclusiones
En el paso de la protesta a la lucha que nece¬
sariamente deberá darse en la práctica movimientista,
jugará un rol fundamental la variedad. Sectores desobe¬
dientes e indignados, sindicatos resistentes, platafor¬
mas transformadoras, áreas informales, organizaciones
estructuradas e incluso algunas de las nuevas candida¬
turas que han emprendido la larga marcha a través de
las instituciones, pueden configurar un auténtico frente
amplio, de simetrías variables, magmático y poderoso.
A condición, siempre, de renunciar a la pretensión de re¬
presentación única o principal del conjunto y de asumir
la lógica de enfrentamiento entre clases.
Aprovechemos grietas y apoyemos a la gente de mo¬
vimiento que dentro de candidaturas confeccionadas
no desde abajo, desde los movimientos, sino en reu¬
niones entre jefes de partidos y partidillos, tendrá que
lidiar con estructuras e inercias típicas de la política
tradicional. Conquistemos y consolidemos espacios,
físicos y de autogestión. Abramos espacios de deba¬
te político sobre estrategias, sobre objetivos, sobre la
naturaleza de las instituciones, del estado, de los nu¬
merosos poderes fácticos, ideológicos, culturales que
configuran el sistema que queremos derribar.
137
138
Y esforcémonos por no dar nunca por supuesto el
marco de actuación y de reflexión política que nos
viene impuesto por el sistema. Hoy quizás más que
nunca, y aquí quizás más que en ningún otro lugar
de Europa, tenemos la oportunidad de construir un
movimiento que, superando el marco reductivista de
los enfoques independentista-estatalista, social-refor-
mista y regeneracionista, vaya hacia la afirmación de
una radical autonomía en la gestión de los procesos
de transformación social.
Índice
Prólogo.5
Malos tiempos para la.9
De la revolución a.11
Cada maestrillo con su librillo.13
A rio revuelto ganancia de pescadores.17
Las elecciones.21
Reformismo y regeneracionismo.23
Protagonistas.33
Liderazgos.37
Participación.43
Programas.47
“Esto no toca”.55
Democracia.59
Federalismo.63
La gente que sufre.69
Valores.71
Honestidad como significado vacío.73
Islamofilia.79
...Política de las necesidades.83
La “no violencia”.89
Cortinas de humo.97
Los otros.103
Todo para el pobre pero sin el pobre.115
Lucha.125
Guerrilla.135
Conclusiones.137
Este libro se acabó de encuadernar en Barcelona con la
Boway en abril de 2019 en los talleres de Descontrol Edito¬
rial & Impremía antes de que llegara la Horizon
Can Batlló
ebook volant
impremía manent